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MOVIMIENTOS EN EL PP

LA PURGA DE ÁLVAREZ DE TOLEDO, EL FRACASO DEL PLAN DE CASADO

El presidente del PP destituyó a su portavoz, Cayetana Álvarez de Toledo y la reemplazó por la moderada Cuca Gamarra en un intento de girar el discurso hacia el centro tras dos años de escorarse a la derecha. Las críticas de la destituida en su despedida fueron duras.


Poco más de un año ha durado la aventura llamada Cayetana Álvarez de Toledo. A fines de julio de 2019, el presidente del PP designaba a esta suerte de outsider de la élite parlamentaria española como la portavoz del principal partido de la oposición. Era la apuesta personal de Pablo Casado, un guiño al ala aznarista del partido producto de una estrategia bien fraguada, pero que no funcionó. La ha sustituido por la conciliadora Cuca Gamarra, exalcaldesa de Logroño.

Para entender la caída de Álvarez de Toledo hay que entender el plan que la llevó a ser portavoz y la gran diferencia entre ambos contextos. Porque han pasado 13 meses, pero varias tormentas. Ante todo: ya por aquellos días en que se fue designada, dentro del PP había un fuerte debate (por lo bajo y con filtraciones) entre barones conservadores y los dirigentes más proclives al riesgo. Algunos temían que la radicalidad de la hoy exportavoz trajera dolores de cabeza.

Pero GARA pudo constatar entonces con fuentes parlamentarias del PP que el plan era ungir a Álvarez de Toledo por varios motivos, dos de ellos claramente electorales: con la dureza de su discurso no perder más votos a la derecha ante Vox y también ser un dique al crecimiento de la portavoz de Ciudadanos, Inés Arrimadas, que llegaba a Madrid tras ser la adalid del españolismo en el Parlament de Catalunya.

Álvarez de Toledo, además, contaba con la extrema confianza de Casado. No sólo fue su apuesta personal sino que era de su entorno personal. Eran amigos desde los tiempos en que ambos trabajaban en la FAES (el think-tank aznarista), cuando la diputada volvió a vivir a Madrid –nacida en Londres, hija de un español y una argentina, fue criada en Buenos Aires–. Heredera del título de marquesa por parte paterna, ella milita en el PP desde 2006, aunque admitió haber mantenido distancia durante la etapa de Rajoy.

Hacía semanas que se venía filtrando la idea de Casado (seguramente también instigada por el secretario general del PP, Teodoro García-Egea, un pragmático del sistema renuente a Cayetana) de cambiar la portavocía del grupo. Había habido varios chispazos entre ella y otros dirigentes del PP y declaraciones altisonantes.

Lo más ruidoso fue el choque de Álvarez de Toledo con los responsables del PP vasco, al que calificó de «tibio» frente al nacionalismo y cuyo apoyo a la foralidad cuestionó. El por entonces líder de los «populares» vascos, Alfonso Alonso, dijo que le daban «pena» esas declaraciones, y en el mismo tono respondió Borja Sémper. Ambos están ahora fuera del partido, que quedó a cargo de Carlos Iturgaiz por elección de Casado. Las últimas elecciones autonómicas muestran que el enroque no dio buen resultado.

También la exportavoz tuvo una deriva en exceso picante cuando señaló que en el Estado español se estaba «peor que cuando ETA mataba», porque ahora el PSOE no estaba en el constitucionalismo, o cuando acusó a La Sexta de jugar en contra de la democracia. Fue en extremo urticante cuando acusó al vicepresidente del Gobierno español, Pablo Iglesias, de ser «hijo de un terrorista», a lo que el padre del líder morado respondió con una querella.

La caída

En el Congreso, Álvarez de Toledo indicó en una de las primeras reuniones a sus diputados que fueran «críticos» y expresaran sus desacuerdos. Guste o no, en eso ha sido coherente. Como una libertaria de derechas que es, y de lo cual se ufana, mantuvo su discurso propio hasta el final y creyó que la disidencia conceptual no era un error sino un acierto.

Pero Casado no compartía la misma sintonía, y menos aún buena parte del PP. Ella representaba al ala más radical de la derecha españolista dentro del partido, aunque sus formas mantenían cierto aire de antisistema en una formación que es todo menos eso. Sus críticas al rey emérito por darse a la fuga fueron el ejemplo más cabal.

Una fuente del grupo parlamentario ha asegurado a GARA que «se venía hablando hace un tiempo de cambios en el grupo para setiembre». Lo de Álvarez de Toledo va más allá porque su radicalidad no es lo que molestó sino que es lo que ya no sirve. El contexto histórico y político es otro: desde que Casado la eligió ha habido nuevos comicios generales, la peor pandemia en un siglo, el peor hundimiento del PIB desde la Guerra del 36 y un acuerdo de reconstrucción en la Unión Europea que oxigena al Ejecutivo PSOE-UP. Por si fuera poco, hubo una implosión de Ciudadanos y un freno en las encuestas al crecimiento de Vox.

Como producto de este nuevo marco, Casado decidió varios cambios y los anunció formalmente en la Ejecutiva de esta semana. En su discurso, respondió sin disimulo a la estruendosa rueda de prensa de Álvarez de Toledo frente a las Cortes el día en que le confirmaron su defenestración. Además, presentó a la nueva portavoz, la riojana Cuca Gamarra, y al nuevo portavoz estatal del partido, el alcalde de Madrid, José Luis Martínez-Almeida.

«Me dejó claro que a él no le interesa la batalla cultural. No le parece que sea un asunto relevante y para mí sí lo es», había dicho Cayetana. Aquí tal vez los medios españoles se perdieron un detalle, debido a la diferencia idiomática del castellano que ella usa. En Argentina, el concepto de «batalla cultural» es muy utilizado en el discurso político y académico y tiene una connotación grandilocuente, de épica, que remite a la necesidad de luchar desde un paradigma para aplastar al otro. Al mencionarlo en su descargo, ella sugiere en los hechos la abdicación de Casado.

«Un partido no puede pretender que una sociedad se parezca a él por mucha razón que tenga. Lo que debe hacer es parecerse lo más posible a la sociedad para ir conquistando espacio para nuestras ideas desde los Gobiernos», le respondió Casado en su discurso. También pidió a su auditorio no criticar a la monarquía –como hizo ella– y rechazó de plano otra idea de su exportavoz, la de una gran coalición con el PSOE, afirmando que «no podemos formar parte de la gobernabilidad de Sánchez». Lo electoral sobre lo épico, habrá pensado la recién purgada.

La heredera

Al concluir, Casado enfatizó: «El PP no tiene vocación de minoría indomable, tiene vocación de mayoría imbatible». Fue su claudicación al intento de escorarse a la derecha, no porque no le guste sino porque percibe el nuevo contexto y sabe que el discurso ultra puede hacer crecer a Ciudadanos, al captar al centro derecha moderado, ahora que Arrimadas ha decidido ofrecerse de muletilla del PSOE (¿sugerencia del Ibex para aislar a Podemos?).

No solo premia a Almeida –de tono moderado y pactista– sino que escoge a la anti-Cayetana para la portavocía. Según la describe a GARA un miembro de su entorno que la conoce de sus tiempos de actividad en Logroño, Cuca Gamarra «fue siempre experta en moverse entre los cismas internos del PP y es experta en elegir el bando correcto en el momento correcto». Recuerda a cuando ella optó por desmarcarse del expresidente autonómico Pedro Sanz para acercarse a su sucesor, Miguel Ángel Ceniceros.

«Nunca fue de darse baños de masas, a diferencia de Sanz. Ella siempre por encima, no es dirigente cercana. Es una mujer de partido y nunca dice una frase que pueda sacarse de contexto ni dirá nada fuera de lugar», señala. Quienes la conocen la consideran de mente fría y muy correcta.

Gamarra deberá cohesionar al grupo parlamentario –sucede a dos portavoces que duraron poco y no brillaron– y surfear entre las dos aguas del PP. Su designación también presenta dudas sobre el propio Casado y si su destino será tener éxito en su giro a un centro que no siente suyo o si habrá una nueva marcha atrás según dicten las encuestas. Le quedan menos de dos años de mandato para demostrarlo.