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CRÍTICA «Lúa vermella»

Costa da morte


Lois Patiño dice haber tomado como referencia estética el cuadro de Millet “El Ángelus” (1857-1859), pero “Lúa vermella” (2020), como película gallega que es, entronca mucho más con la pintura del genial Urbano Lugrís y el misterio cubista de sus escenas marineras cargadas del flujo y reflujo de las mareas. De esa pura abstracción nace igualmente la fantasmagoría que puebla el universo de este segundo largometraje que prolonga la experiencia sensorial que había en la previa “Costa da morte” (2013), y que ya le valió el reconocimiento internacional a tan prometedor autor. No admite comparaciones, ni si siquiera con su coetáneo Oliver Laxe, más allá del nexo común de su vinculación con la tierra que les vio nacer, la cual se traduce en una observación trascendente del medio rural y sus gentes solitarias, que no entiende de folclorismos o de convenciones culturales.

El concepto visual anunciado en el título en referencia al fenómeno cósmico de la luna roja se funde en “Lúa vermella” (2020) con la simbología del cementerio marino, y lo insólito es que lo hace partiendo del personaje real de O Rubio de Camelle, un buzo que rescató del fondo del océano decenas de cadáveres de marineros desaperecidos en naufragios. De tal forma que establece un juego constante entre la realidad y el imaginario gallego, entre lo físico y lo intangible. Es como si de tal extraño equilibrio entre las energías terrenales y las del más allá surgiera un espacio intermedio, que a modo de limbo alberga la estrecha relación entre vivos y difuntos.

A un escenario suspendido entre el cielo y el suelo que pisamos le corresponde una dimensión temporal detenida, tal como expresa el estaticismo de las figuras humanas que componen retablos vivientes de presencias silenciosas, aunque poseedoras de una voz interior que propaga el eco de mitos y leyendas sobre meigas o espectros de la Santa Compaña.