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BLACK WIDOW

La superheroína del feminismo


Sin pretenderlo, Scarlett Johansson se ha convertido en la punta de lanza del movimiento MeToo y de su influencia a través de la industria de Hollywood. La actriz tenía un contrato con Marvel-Disney para interpretar a Black Widow en cuantas franquicias de superhéroes pudiera intervenir, ya fueran simples cameos o apariciones episódicas. No solo ha conseguido liberarse de dicho compromiso contractual, ya que con “Black Widow” (2021) se despide del personaje a lo grande, sino que además ha cobrado por esta actuación estelar 15 millones de dólares, la misma cantidad que perciben sus colegas masculinos por hacer de superhéroes. Una conquista igualitaria, que corre pareja al propio argumento de la película, abierto a una lectura feminista sobre la liberación de una mujer con habilidades especiales de las estructuras del poder patriarcal a las que estuvo encadenada en su pasado formativo.

La cineasta australiana Cate Shortland era la candidata perfecta para dirigir esta historia de espionaje inspirada en la Guerra Fría y la política de bloques en plena era de la extinta Unión Soviética, porque, tras debutar en su país con la película sobre la iniciación al sexo “Somersault” (2004), rodó en Alemania las premiadas “Lore” (2012) y “El síndrome de Berlín” (2017). Pero en “Black Widow” (2021) las posibles interpretaciones políticas dan paso a una fuerte simbología en torno al empoderamiento femenino. Así, la icónica Habitación Roja es vista más que como un campo de entrenamiento de la KGB como una facción machista que utiliza a la mujer a modo de arma, un mero instrumento de muerte, una fábrica de viudas negras afines al régimen mediante la sumisión. No dejan de ser unas máquinas de guerra que funcionan como avatares, hasta que Yelena Belova y nuestra Natasha Romanoff se rebelan y huyen del sistema controlador.