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CRÍTICA «La última película»

Érase una vez en Bollywood


La India es la reserva espiritual del cine, algo así como un país sagrado donde se veneran las películas como una forma de trance colectivo y comunitario. Tiene su industria local principal en Bollywood, pero el público occidental no comparte esa experiencia catárquica con proyecciones de musicales y creaciones coreográficas que suelen durar cuatro o más horas. Aquí lo creemos saber todo acerca del audiovisual, y nuestro sentimiento cinéfilo nunca se acercará al de un autor como Pan Nalin, que de la pura necesidad ha hecho una virtud, y que partiendo de la pobreza rural ha acabado siendo un director de fama internacional gracias a títulos como “7 diosas” (2015). Su definitiva consagración le ha llegado con “Last Film Show” (2021), aclamada en el festival de Tribeca y ganadora de la Espiga de Oro en la Seminci. El poso autobiográfico que contiene el relato es innegable, porque Nalin también es del Gujerat, del distrito de Amreli, y empezó vendiendo té con su padre en la estación de tren Khijadiya Junction al igual que el niño de nueve años protagonista lo hace en el apeadero de su aldea.

Para interpretar al pequeño Samay hubo un casting multitudinario, siendo el elegido un pastor de búfalos y cabras llamado Bhavin Rabari. En la ficción el crío nunca ha ido al cine por pertenecer a una familia Brahmán, hasta que su padre le lleva a ver una película religiosa y queda fascinado por la magia del celuloide. A partir de ese instante irá todos los días a la sala Galaxy, donde se hace amigo del proyeccionista, que le deja entrar gratis a cambio del “tiffin” (almuerzo) que le prepara su madre, con platos como el Bhindi Masala de okra.

Aunque la realización tiene el aire naturalista del clásico de Satyajit Ray “Pather Panchali” (1955), la pantalla se inunda de los colores de y la belleza de Aishwariya Ray en “Aks” (2001) o la presencia del gran Amibath Bacchchan en “Jodhaa Akbar” (2008). Una buena escuela.