SEP. 07 2025 KOLABORAZIOA Enfermos de pasado José Félix AZURMENDI Periodista El nacionalismo vasco no tiene historiadores de cabecera. No lo digo yo, que también, sino que lo dijo el catedrático Álvarez Junco en una entrevista radiofónica al lamentar que los historiadores catalanes se hubieran pasado al nacionalismo, al catalán, naturalmente: a su juicio, no ha sucedido eso con los historiadores vascos, que se han dado a la tarea sin caer en ese pecado. Javier Zarzalejos, utilizando palabras del historiador y ensayista Ricardo García Cárcel, lo resumió en que los historiadores catalanes «están enfermos de pasado». Lo decía alguien que tenía verdaderos motivos para estar «enfermo de pasado»: hijo del último censor oficial en Información y Turismo de Bilbao, hijo del tardofranquista gobernador civil de Vizcaya que dimitió en enero de 1977 por no soportar la legalización de la Ikurriña. El nacionalismo vasco, en efecto, no está siendo contado, analizado, por historiadores enfermos de abertzalismo. Un repaso por los historiadores de aquí nos muestra que entre los más conocidos, además de los oficialistas, no faltan tampoco los que han viajado de juventudes peceras y reclamaciones internacionalistas a una asunción orgullosa de españolidad que poco dista del nacionalismo, español, por supuesto. Aquí no ha habido Joseps Fontana, Benet o Dalmau, no hace mucho fallecido este, testimonio y testigo de la mejor Catalunya roja y soberana, además de especialmente solidaria con el pueblo vasco. Aquí apenas hay quienes se atrevan, desde un magisterio incuestionado, a contar e interpretar nuestro pasado con una perspectiva nacional propia. Aquí no ha habido maestros que dejen, como los catalanes mencionados, una obra y una visión del mundo a contracorriente de la hegemonía neoliberal; profesores reputados que se manifiesten sin complejos a favor del derecho de autodeterminación y los derechos nacionales de su pueblo. Aquí se ha instalado el pragmatismo en todas sus manifestaciones: políticas, sociales, intelectuales. Aquí, con muy escasas excepciones, los nuestros han optado por no entrar en cuestiones incómodas, han elegido no confrontar, no denunciar los grandes nacionalismos ajenos instalados entre nosotros. Aquí se les ha cedido el relato. El abogado Iñigo Iruin sostuvo hace años en Azkoitia en un encuentro que compartió con Juan José Ibarretxe y Joseba Azkarraga que el PP buscaba con su política penitenciaria de excepción una victoria político-ideológica, cambiando presos por relato. Añadiría yo que al PP no le faltan aliados en esa tarea, algunos de dentro de casa. Y, sin embargo, buena parte de la sociedad no les come su relato y sigue haciendo otra lectura del pasado: es decir, están «enfermos». Y añadiría que el asunto no se circunscribe al relato de ETA («que nunca debió existir, que fue mala desde el principio, que dio «terroristas» como Txiki y Otaegi...») y se extiende al nacionalismo vasco, al abertzalismo, en su totalidad, en todas sus manifestaciones, las moderadas, las radicales, las pacíficas y las otras. Y evidentemente, nos explicamos o nos explicarán, ya nos están explicando todos los días. Aquí apenas hay quienes se atrevan a contar e interpretar nuestro pasado con una perspectiva nacional propia