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UN NOBEL DE ECONOMÍA EN LA UNIVERSIDAD DE DEUSTO

«Capitalismo progresista» para una buena sociedad

En un abarrotado paraninfo de la Universidad de Deusto, el nobel de Economía y referente del pensamiento económico de las últimas décadas Joseph Stiglitz dio una conferencia en la que criticó a Donald Trump y «su revolución cultural» que atenta contra «los principios de la Ilustración», y esbozó alternativas, un capitalismo de rostro humano.

A la izquierda, Joseph E. Stiglitz, premio nobel de Economía, exasesor del expresidente de EEUU Bill Clinton y execonomista jefe del Banco Mundial. A la derecha, el hermoso y elegante paraninfo de la Universidad de Deusto, abarrotado para la ocasión. (Mikel MARTINEZ DE TRESPUENTES | FOKU)

Fundada en 1886, la Universidad de Deusto de Bilbo, regida por la Compañía de Jesús, cuenta con un paraninfo digno de ver. Elegante, luminoso y robusto, resulta algo espectacular para la vista y los sentidos. Con una planta rectangular, escaleras helicoidales, y lámparas de estilo modernista que se instalareon cuando la luz eléctrica llegó a la Universidad, diez años después de que se fundara, condensa memoria y rezuma espíritu académico, plástico y religioso.

Un gran letrero en el que se lee Sedes Sapiientiae da la bienvenida a los visitates, debajo una gran copia del cuadro “La apoteosis de Santo Tomás de Aquino” de Francisco de Zurbarán preside el paraninfo junto a dos bustos de santos estudiantes jesuitas: Luis Gonzaga (Filosofía) y Juan Berchmans (Humanidades). En la parte trasera de la sala, tres grandes vidrieras que, si el día nos trae el gran sol del mediodía, como ayer fue el caso, regala un brillo dorado que engalana los techos, creando un juego de luces y colores alucinante.

Este maravilloso paraninfo, corazón de una universidad que ha formado no solo élites y que tan arraigada está en la historia de nuestro país, estaba lleno hasta la bandera ayer. Figuras de las más altas finanzas, miembros de la Academia, representantes de los partidos políticos vascos y centenares de jóvenes estudiantes abarrotaban este espacio tan bello y multifuncional para escuchar la conferencia de un titán de la Economía: Joseph Stiglitz. Conocido por su trabajo sobre economía de la información, desarrollo global y desigualdad, premio nobel de Economía (2001) por su análisis de los mercados con información asimétrica, por demostrar que el viejo dogma de que los mercados competitivos son siempre eficientes era erróneo, y más si la información es imperfecta, algo habitual. Es docente en la Universidad de Columbia, un referente global que ofreció la ponencia “Reflexiones sobre un nuevo modelo económico y social”.

EROSIÓN DE CONFIANZA

Nacido en 1942 en Gary, Indiana, Joseph Eugene Stiglitz se doctoró en el MIT (Massachusetts Institute of Technology) a la temprana edad de veinticuatro años. Pasó por la política y la burocracia, fue asesor económico del expresidente de EEUU Bill Clinton y economista jefe del Banco Mundial. Por experiencia, sabe de qué habla cuando se refiere, y ayer lo repetió, a que la política y la economía deben avanzar en tándem.

Es, además, autor de numerosos libros como “El malestar en la globalización”, “El precio de la desigualdad”, “Capitalismo progresista” (provocador manifiesto para salvar al capitalismo de sí mismo) o el más reciente “El camino hacia la libertad: Economía y la buena sociedad”, donde presenta de modo punzante las enormes ineficiencias e inestabilidades que provoca el neoliberalismo.

En su charla, a grandes rasgos, diseccionó los grandes males del capitalismo neoliberal, que incluso al poner algún ejemplo llegó a presentarlos como crímenes, y dibujó con trazo grueso lo que podría ser una sociedad más justa y equitativa. A saber, una socialdemocracia avanzada, más vibrante, una versión del Estado de bienestar escandinavo para el siglo XXI. Una propuesta ante la que las izquierdas europeas, en toda su complejidad y pluralidad, no harían ascuas. Aunque presentada en palabras de Stiglitz como «un capitalismo progresista», o como antes se decía «un capitalismo con rostro humano», puede alimentar la confusión.

Stiglitz se mostró especialmente preocupado por la deriva que está viviendo su país bajo la Presidencia de Donald Trump. Poca broma, llegó a poner en duda de que se vayan a celebrar unas elecciones serias (meaningful elections) en 2026, y utilizó la analogía de los fascismos italiano y alemán del siglo anterior.

Incidió en una imparable erosión de la confianza, de la economía, de la prensa tradicional (legacy press, en sus palabras) y llegó a hablar de una «revolución cultural» que amenaza «las bases de la Ilustración», y todos «los indicativos de una democracia (libertad de expresión, libertad de academia, derecho a un debido proceso, el Estado de derecho...)». En otras palabras, dio a entender un «soy pesimista, pero no pierdo la esperanza» que no logró esconder su angustia por lo que está ocurriendo con Trump.

«BAZAR ORIENTAL»

Stiglitz fue muy claro en torno al capitalismo neoliberal extremo: es «un sistema que nunca fue sostenible» y que, en sus fallas, crea «un suelo fértil para el crecimiento de demágogos autoritarios». Además, «ha favorecido el crecimiento de las desigualdades, la desintegración de los ecosistemas informativos, de las instituciones que trabajan evaluando la verdad (en la investigación, la universidad...». Para él, resulta claro: es imposible imaginar cómo mejorar la productividad con una mala información, con unos valores «que son los de la ley de la selva» y con una política que dirige la economía hacia «un bazar oriental».

Defendió la verdad, los mensajes emanados de la ciencia, «que ha sido la base de la subida de los niveles de vida de los últimos siglos y el método para entender el mundo». Negarla tiene, para Stiglitz, unos efectos económicos devastadores tanto «en estándares de vida» como «en expectativas de vida». Trazó un paralelismo entre la libertad de las personas y la soberanía de los pueblos: ambos deben poder tomar sus propias decisiones para ser realmente libres y, para ello, es necesaria «la verdad, una buena información». Pero su concepto de libertad es radicalemente opuesto al que defendieron otros economistas como Milton Friedman o Friedrich Hayek, destacadas figuras cuyas ideas marcaron profundamente el pensamiento económico del siglo XX. Para Stiglitz, la libertad no es un individualismo absoluto donde «la libertad del lobo es la muerte de las ovejas», sino una libertad que cobra sentido cuando se ejerce desde la «acción colectiva», mediante la «cooperación global, incluso sin EEUU». Ayer dejó caer la idea de constituir un «G1 global sin EEUU».

Ante este panorama marcado por las desigualdades crecientes, un reto climático de dimensiones históricas y el auge de ideologías demágogas y autoritarias, Stiglitz recordó que hay alternativa, que el actual estado de las cosas no es inevitable, que existe otra manera de hacer las cosas. Aunque el tiempo corra en contra y la urgencia no deje de crecer, apostó por un marco donde un «Estado inteligente y descentralizado, y la economía de mercado colaboran para crear las condiciones que permiten a la ciudadanía desarrollar su potencial».

NO CAPITULAR ANTE EEUU

Al final de su ponencia, Stiglitz también tuvo tiempo de dar algunas claves geopolíticas en este contexto marcado por la guerra arancelaria y el auge de China, «en este momento crítico donde todos los valores están siendo puestos a examen». Repitió, aquí también, la idea de que quieren dirigir la economía hacia un gigantesco bazar oriental, «sin precio único, e ineficiente», en el que «cada transacción es un dolor de cabeza».

Y volvió a traer a la conversación a Trump, para remarcar que hoy en día la corrupción ya no se tapa, ni se esconde. Y puso un ejemplo práctico, actual, de hasta dónde está llegando la deriva, la desfachatez con la que el mandatario de EEUU está manejando la cuestión: «¿Quieres vender chips a China? Pues danos el 50% de tus ganancias».

Ante esta actitud que va en contra de cualquier «racionalidad económica», ¿cómo debería el mundo respoder ante ese comportamiento? Para Stiglitz está claro: hay que negociar colectivamente, «haceos fuertes, haced piña. No creáis que la parte del comercio global de EEUU es tan grande. No domina, por ejemplo, los minerales críticos, que están en manos de China. EEUU no tiene, de ninguna manera, todas las cartas en su mano».

Y lanzó una puya a la Unión Europea dando a entender, aunque no lo verbalizara así, que le espanta el servilismo y la cobardía que muestra ante Washington: «Europa no debe capitular, que mire a China, que demuestra cuál es el camino de la dignidad. Debéis jugar vuestras cartas adecuadamente, sin ser sumisos, sin depender de EEUU como socio prioritario para todo».

Por último, ya en el capítulo de ruegos y preguntas, un estudiante interpeló al nobel de Economía sobre el papel que debían jugar los estudiantes en el futuro. Y su respuesta fue muy clara: «Lo que no puede ser es que os enseñen a ser buenas personas, con valores, a no ser egoístas, y luego, cuando llegéis al mercado, este os diga: ¡Sed egoístas!».