OCT. 14 2025 KOLABORAZIOA La «Jetona de Oslo» Jorge FREYTTER-FLORIÁN Investigador político {{^data.noClicksRemaining}} To read this article sign up for free or subscribe Already registered or subscribed? Sign in SIGN UP TO READ {{/data.noClicksRemaining}} {{#data.noClicksRemaining}} You have run out of clicks Subscribe {{/data.noClicksRemaining}} Fuera de lo que se sabe sobre las actividades criminales y antibolivarianas de María Corina Machado, autoproclamada «salvadora» del país y nueva musa del imperialismo, es necesario hacer un balance político. La llamada «Jetona de Oslo» no ha hecho otra cosa que servir como instrumento de los intereses geoestratégicos de los Estados Unidos y sus aliados europeos, quienes intentan revestir de «Nobel de la Paz» una política de guerra económica, desestabilización y sometimiento. El Catire -Trump- y su combo buscan desestabilizar para reconfigurar, al estilo Gaza, toda la región andina: Venezuela, Perú, Ecuador, Colombia y los territorios que cultivan, producen y exportan narcóticos. Es un plan ambicioso del imperialismo para sobrevivir a su propia decadencia, un intento desesperado por mantener el control sobre los recursos naturales y el petróleo, ahora disfrazado de filantropía democrática. El premio a «la Jetona» es político y tiene dos niveles: global y regional-local. A nivel global, lo concede el comité noruego, formado por cinco miembros del Parlamento. No es casualidad: Noruega, gran potencia petrolera, cuenta con un Parlamento controlado por la derecha rusófoba, antiinmigrante y racista. Por tanto, sus intereses están claramente alineados con los de Estados Unidos. El mensaje es directo al Catire -Trump- anaranjado: «No te damos el premio que pides porque somos independientes y te portas mal con Europa, pero se lo damos a tu aliada en Caracas porque compartimos el objetivo de cambio de gobierno en Venezuela… y nos interesa, sobre manera, su petróleo». ¿Y la paz? ¿Qué acciones a favor de la paz mundial ha hecho la Jetona? Ninguna. Por el contrario, ha llamado abiertamente a la guerra civil en su país, a la intervención extranjera y al sabotaje económico contra su propio pueblo. Mientras tanto, el Gobierno bolivariano, en resistencia heroica junto a su pueblo, ha sorteado durante años una inmensa cantidad de retos y agresiones del imperialismo estadounidense y su aliado contrainsurgente en la región, empeñados en destruir la revolución bolivariana. Tras agotar las guarimbas y los atentados internos, los enemigos del pueblo intensificaron la guerra económica, afectando el acceso a alimentos, medicinas y recursos esenciales. Sin embargo, Venezuela sigue de pie. Lejos del relato mediático de dictadura, el pueblo ha demostrado un grado de conciencia política y organización popular sin precedentes. Ha resistido, ha votado, ha defendido su soberanía con dignidad. El sistema electoral venezolano es uno de los más transparentes del mundo, con observadores internacionales y participación masiva, lo cual desmonta el discurso hipócrita de quienes, desde Oslo o Washington, intentan dictar lecciones de democracia. Mientras «la Jetona de Oslo» posa para las cámaras y aplaude sanciones, el pueblo bolivariano construye desde abajo la soberanía popular, la justicia social y la integración latinoamericana. Esa es la verdadera paz: la que se defiende con dignidad, no la que se premia desde los despachos del Norte. Porque Venezuela sigue siendo el eslabón más débil -y más valiente- de la cadena imperialista. El nudo donde se concentran las contradicciones principales de nuestra América. El destino de la revolución bolivariana es también el destino de la emancipación de los pueblos del Sur Global.