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MIGRACIÓN Y POPULISMO EN PAÍSES BAJOS

Róterdam, laboratorio de la ultraderecha

Róterdam vio nacer al primer líder de referencia de la ultraderecha moderna, Pim Fortuyn, y, en el último lustro, ha presenciado la consolidación del partido encabezado por el islamófobo Geert Wilders. Además, a nivel local, la coalición gubernamental incluye a ultraderechistas y al partido que aglutina a neerlandeses de origen turco y marroquí.

Vanessa Bruin pertenece Leefbaar Rotterdam, la fuerza política má́s importante en la ciudad neerlandesa. (Miguel FERNÁNDEZ IBÁÑEZ)

Róterdam es una ciudad superdiversa, en la que 56 de cada 100 personas tienen raíces migrantes, y también es un laboratorio de la ultraderecha. Fue en esta ciudad donde ascendió el primer líder populista neerlandés de referencia, Pim Fortuyn, y donde Geert Wilders consiguió ser el político más votado, con el 22% de los sufragios, en las elecciones generales de los Países Bajos en 2023. Aunque en los comicios del pasado 29 de octubre el líder islamófobo bajó hasta el 15%, otras fuerzas de ultraderecha recogieron sus votos. ¿Cómo es posible que esto ocurra en una ciudad tan diversa? ¿Estamos ante un caso aislado o ante un ejemplo que se extenderá a otras urbes del mundo? Y si se replicara, ¿mutará el discurso islamófobo para adaptarse a la demografía política de la diversidad?

Peter Scholten, experto en Gobernanza de la Migración y la Diversidad de la Universidad Erasmo de Róterdam, se muestra optimista al analizar los datos demográficos: «Si eres constantemente antimigración, a nivel nacional hay mucho que ganar, pero a nivel local, en una ciudad como Róterdam, hay mucho que perder, ya que el 56% de la población no va a votar por ti si eres racista. Así que de ese 44% restante, ¿cuánto quedará para izquierda, derecha y ultraderecha? ¿Vas a ganar con un 15%? Es pura demografía: Róterdam fue el primer bastión del populismo, pero también puede ser una de las primeras ciudades donde caiga».

Entre las teorías académicas sobre los efectos de la migración y el auge de la ultraderecha en las sociedades urbanas destacan la clásica «lucha por los recursos escasos», según la cual los locales ven amenazada su forma de vida por el incremento de extranjeros, o el conocido como «efecto halo», que enfatiza que los habitantes autóctonos votan a la ultraderecha a medida que la presencia extranjera se acerca a sus fronteras. En Róterdam, ninguno de estos marcos teóricos se adaptan por completo a la realidad social.

«Donde hay un bajo nivel de diversidad, hay un alto nivel de aceptación porque parece algo lejano que no te afecta. Cuando el ritmo de cambio es rápido, normalmente la aceptación disminuye: hay cambios en el vecindario y la gente se pone ansiosa. Por eso, ciudades que se están diversificando rápidamente votan por Wilders», explica Scholten. «Cuando tienes un nivel muy alto de diversidad, entonces la aceptación aumenta, porque la diversidad se vuelve normalidad, y el apoyo a la ultraderecha suele ser menor, aunque en las elecciones han apoyado a Wilders en las ciudades», añade.

Róterdam tiene 634.000 habitantes, aunque si se suma su área metropolitana la cifra se eleva por encima de los dos millones. Destruida durante la II Guerra Mundial, tiene decenas de rascacielos que la diferencian del resto de urbes neerlandesas. Además, cuenta con el puerto más importante de Europa, conectado con el mar gracias a un canal de 20 kilómetros, el de Nieuwe Waterweg, que permite que cada año se transfieran 14 millones de contenedores de mercancías. Una ciudad que, debido a su puerto, aporta más del 8% del PIB neerlandés. Sin embargo, es la segunda con mayor tasa de pobreza.

En el barrio popular de Afrikaanderwijk, donde dos tercios de la población tiene raíces migrantes, hay votantes de Wilders, al igual que en el barrio de clase media alta de Prins Alexander, donde se nota menos la migración. Margo tiene 62 años y es neerlandesa. Parca en palabras, amable, asegura que Afrikaanderwijk ha cambiado, que está sucio, que las relaciones entre las personas no son las mismas. Antigua votante del liberal VVD, actualmente abraza a formaciones de ultraderecha: considera a Wilders «demasiado radical», pero no rechaza su mensaje. «Nuestros hijos no tienen casa y los migrantes lo consiguen todo», lamenta, y apunta que «el país es diferente», por lo que su apoyo oscila entre la nostalgia por un pasado que no volverá y el rechazo a los partidos tradicionales.

Chris, obrero que repara una acera junto a Cemil y Benjamín, no parece un islamófobo, pero no rechaza el programa de Wilders. Se queja de las formaciones tradicionales, asegura que todo está muy caro y subraya que «no es justo que los solicitantes de asilo obtengan viviendas antes que los neerlandeses». Cemil, cuya familia es turca, interviene y critica que haya muchos migrantes que no quieran trabajar. Considera que «Wilders tiene razón en lo que dice, solo que le fallan las formas». Eso sí, tal vez porque apoyar a un islamófobo es demasiado para un musulmán, nunca votaría por él.

Desde hace 25 años, los principales partidos han culpado a los migrantes de todos los problemas del país. Scholten, que recientemente ha publicado el libro “The migration obsession”, asegura que hay una «obsesión» y explica que se «migrantizan los problemas». Culpa de ello a los partidos tradicionales, que han comprado y normalizado el discurso islamófobo y, por tanto, pavimentado el camino de Wilders. Así, en Países Bajos casi todos los partidos antagonizan a los migrantes, usan la táctica de la confrontación, del «yo» y el «otro», y en el presente se les considera culpables de la crisis de vivienda que marcó las pasadas elecciones. Pese a que se necesitan 450.000 viviendas y la demanda de solicitantes de asilo ronda las 50.000, los partidos insisten en ligar crisis de vivienda y migración.

«Por supuesto, los inmigrantes no son el mayor problema, pero sí son parte del problema. El 10% de la gente no sería mucho en otro momento, pero en la crisis actual sí que lo es. Por eso, pedimos que se detenga la llegada de solicitantes de asilo», reconoce Vanessa Bruin, de la formación local de derecha extrema Leefbaar Rotterdam. «Hace 15 años estaba bien darles esta prioridad porque había suficientes casas. Ahora no las hay. Así que a los solicitantes de asilo hay que ponerlos al final de la fila como le ocurre al resto de neerlandeses. Hay 100.000 personas buscando casa en Róterdam y ya no puedo explicar a la sociedad que le damos prioridad a otros», añade.

Para Agnes Maassen, de Demócratas 66, el vencedor de los últimos comicios, los migrantes son el chivo expiatorio: «Siempre culpan a los migrantes de cada crisis. En 2008 no había tantos trabajos y entonces decían que robaban trabajos a los neerlandeses. Ahora tenemos muchas vacantes de trabajo, por lo que es imposible que roben nuestros trabajos, así que aparentemente los migrantes deben robar otra cosa, y ahora son nuestras casas».

LAS ULTRADERECHAS

A principios del siglo XXI, Pim Fortuyn se convirtió en el primer representante exitoso de la ultraderecha neerlandesa. En las elecciones de 2002, su formación consiguió el 17% de los votos. Muerto a tiros a nueve días de esos comicios, asentó el discurso islamófobo apuntando principalmente a los grupos extremistas. La formación en la que destacó, Leefbaar Rotterdam, es hoy la fuerza más votada en la ciudad, y su apoyo coincide con el de Wilders. A grandes rasgos, quien respalda en las elecciones locales a Leefbaar lo hace en las generales por Wilders o por otras formaciones de ultraderecha.

«Pim prestaba atención a los matices. En el cristianismo hay extremistas y liberales, y entendía que en el islam ocurre lo mismo. Y tenía razón: fue asesinado por un activista animalista y, en el mismo periodo, [el cineasta] Theo van Gogh fue asesinado por un extremista musulmán. Esos son los grupos a los que él señalaba: los que quieren imponer sus normas y valores en nuestra sociedad», recuerda Vanessa Bruin, que nació en Aruba y llegó a Países Bajos hace 40 años. «Pim era un demócrata, mientras que Wilders es el único miembro de su partido y dice que todos los migrantes deben ser deportados y que todos los musulmanes son malos», compara Bruin, que rechaza que su partido sea de ultraderecha o islamófobo. Como apoyo a su tesis, en otro ejemplo experimental, la coalición local en Róterdam incluye, además de a Leefbaar, a D66, VVD y Denk, este último partido apoyado por personas de origen turco y marroquí. Agnes Maassen, de D66, considera que «Wilders va mucho más allá de lo que podemos aceptar, mientras que Leefbaar es de derecha: hemos leído su programa meticulosamente y no pretende imponer reglas discriminatorias».

La ultraderecha en Países Bajos no tiene una sola forma. El ala más discriminatoria es la de Wilders, un islamófobo que quiere deportar a migrantes, multar a quienes utilicen velo y prohibir el Corán. Wilders obtiene respaldo de todos los estratos sociales, aunque prima el de las personas mayores y blancas. Históricamente este apoyo fue mayor en las regiones periféricas, pero desde 2023 la indignación también llega a las urbes más diversas. Además, en la periferia de Wilders, que en los últimos comicios bajó de 37 a 26 diputados, aparecen cuatro formaciones más de ultraderecha: Foro para la Democracia, que dobló sus diputados hasta alcanzar los 6; 50PLUS, que lucha por los derechos de las personas mayores y que obtuvo 2 escaños; el Movimiento Campesino-Ciudadano, que perdió tres escaños para situarse en los 4; y la lista JA21, que saltó de 1 a 9 diputados y que está dirigida por Joost Eerdmans, antiguo miembro de Leefbaar Rotterdam que carga con el legado de Fortuyn. Unidas, estas formaciones alcanzaron 47 diputados en un Parlamento de 150 escaños.

Tras las elecciones, parece abrirse la puerta a una reconfiguración en el tablero ultraderechista. Sin embargo, para Anass Koudiss, de la organización Meld Islamofobie, los matices no cambian que todas estas formaciones sean islamófobas y vean a los musulmanes como «una amenaza para la seguridad». «Son partidos racistas y contrarios al Estado de derecho. No podemos utilizar cajones distintos para agrupar a la ultraderecha. Son peligrosos, y da igual la forma en la que articulan sus ideas. No se puede normalizar su ideología», insiste Koudiss, quien recuerda una infancia en la que fue Pim Fortuyn quien le hizo sentir ciudadano de segunda clase.