NOV. 28 2025 EDITORIALA El presidente alemán, sí. ¿Y el jefe de Estado español? {{^data.noClicksRemaining}} To read this article sign up for free or subscribe Already registered or subscribed? Sign in SIGN UP TO READ {{/data.noClicksRemaining}} {{#data.noClicksRemaining}} You have run out of clicks Subscribe {{/data.noClicksRemaining}} El presidente de Alemania, Frank-Walter Steinmeier, acudirá hoy a Gernika a mostrar su respeto y reconocimiento a las víctimas del bombardeo de la villa llevado a cabo por la Legión Cóndor de la aviación nazi en 1937. El jefe del Estado alemán visitó el miércoles en el Museo Reina Sofía de Madrid un cuadro que Pablo Picasso pintó a petición del Gobierno de la Segunda República, el “Guernica”, obra que refleja con crudeza el sufrimiento de quienes padecieron el histórico bombardeo, de quienes sufrieron y sufren las guerras. Steinmeier reconoció sin rodeos que los alemanes cometieron «graves crímenes» en Gernika. Ayer, con motivo de la visita del mandatario alemán y su propósito, leíamos en estas páginas un artículo sobre quién ha de sentirse interpelado por lo sucedido en Gernika, como ha hecho Alemania a través de su presidente. No es probable que el monarca español leyera dicho artículo; en cualquier caso, la noche del mismo miércoles reconoció la visita de Steinmeier como un gesto de profundo calado histórico y de concordia, pero él no cree conveniente hacer un gesto similar, a pesar de que hacerlo correspondería en mayor medida al representante del Estado que causó aquella matanza, y con mayor motivo tratándose de una institución cuya conexión histórica con el franquismo está fuera de toda duda. Felipe de Borbón agradeció «el recordatorio del horror al que conducen los totalitarismos». Se refería, supuestamente, a la masacre provocada por el ataque aéreo de los aviones alemanes, aliados de los fascistas españoles, contra la población civil indefensa de la villa vasca; un horror al que condujo exclusivamente el golpe militar franquista. El jefe del Estado español, sin embargo, no es capaz de referirse a él sin ambigüedades. El rey español, al igual que gran parte de las fuerzas políticas, se aferra interesadamente a ese discurso edulcorado sobre la transición, que en realidad mantuvo intacto el esquema de vencedores y vencidos, y que preserva la impunidad en nombre de una supuesta concordia en todo caso impuesta. Un discurso que propugna renunciar a la verdad y la justicia, sin las cuales no puede existir verdadera reconciliación.