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ALPHA

Entre furia visual y melodrama familiar


Tras el éxito y polémica de “Titane”, Ducournau regresa con “Alpha”, un ejercicio interesante dentro de su filmografía, pero también uno de los más irregulares. La directora mantiene su obsesión por el cuerpo, la mutación y los límites de la identidad, pero esta vez el resultado alterna momentos de deslumbrante intensidad con otros que parecen quedarse en una formulación incompleta de sus ideas.

La protagonista es Alpha, una adolescente de 13 años que vive con su madre. En una fiesta le tatúan en el brazo una ‘‘A’’ con una aguja de dudosa procedencia; la madre, enfermera y testigo del avance de un virus letal, teme lo peor.

Hasta aquí, drama social. Pero ya sabemos que Ducournau no se conforma con eso: lo tiñe de body horror para convertir el virus en metáfora del sida y de una época dominada por el miedo y la desinformación.

La directora sigue dominando el cuerpo como si fuera su propio campo de batalla: planos cerrados, luz orgánica, sonido casi táctil. Técnicamente es imposible pillarla en un renuncio. Lo sensorial funciona e incluso deslumbra.

Es una historia poderosa y llena de riesgo en la que vuelve a apoyarse en el body horror - mucho menos en en “Titane”-, pero el problema llega cuando retiramos la piel estilística: lo que queda debajo es un dramón familiar bastante confuso. El mensaje, además, se lanza con tanta insistencia que el espectador apenas puede respirar entre subrayado y subrayado.

“Alpha” es valiente, pero también demasiado explícita y repetitiva. Por momentos se convierte en un ejercicio de intensidad que se toma tan en serio que roza la solemnidad involuntaria.

Un buen tijeretazo en la sala de montaje tampoco le habría venido mal: sus dos horas largas de metraje se hacen algo pesadas.