DEC. 21 2025 Manuel Sacristán: el intelectual que proyectó un comunismo para el XXI Con motivo del centenario de su nacimiento, varios estudiosos repasan la figura del filósofo marxista Manuel Sacristán, desaparecido en 1985, cuya obra continúa siendo fuente de inspiración, tanto por su pensamiento libre como por su lucidez, para los antiguos y nuevos dirigentes de la izquierda transformadora del Estado. Su solidez intelectual hacía de Sacristán un personaje muy respetado por las distintas familias del progresismo en el Estado. (GARA) Àlex ROMAGUERA {{^data.noClicksRemaining}} To read this article sign up for free or subscribe Already registered or subscribed? Sign in SIGN UP TO READ {{/data.noClicksRemaining}} {{#data.noClicksRemaining}} You have run out of clicks Subscribe {{/data.noClicksRemaining}} Manuel Sacristán era un personaje modesto, pero cada vez que hablaba dejaba una lección magistral. «Hacía preguntas que nos descolocaban», explica Víctor Ríos, con quien compartió militancia en las Joventuts Comunistes de Catalunya (JCC) durante los años 1967 y 1968. El exdirigente de Izquierda Unida recuerda cuando, en las reuniones clandestinas de la formación, «nos llevaba desde los romanos y las invasiones bárbaras hasta la historia contemporánea, para después preguntarnos si la lucha de clases se pudriría para acabar en un hundimiento global». Una reflexión lanzada a modo de profecía, pensando en la crisis civilizatoria a la cual se enfrenta hoy el conjunto de la humanidad. Quizás por este tipo de aportaciones, tan incómodas como avanzadas en su tiempo, Ríos y otros de sus coetáneos consideran a Sacristán (1925-1985) como a uno de los referentes de la izquierda marxista europea. LA HETERODOXIA IRREDENTA Coincidiendo con el centenario de su nacimiento, varias voces han querido loar al filósofo desaparecido prematuramente a los 59 años, cuyas aportaciones fueron rememoradas en distintas jornadas por Comunistes de Catalunya, la Fundació Neus Català, el Espai Marx, Izquierda Unida, además de medios como “El Viejo Topo”, “Mundo Obrero” o “VientoSur”. No solo en el terreno de la metodología científica y la sociología, también por su defensa de la política como ética colectiva, lejos del oportunismo tacticista y de los hiperliderazgos histriónicos, lo que propició que tuviera posturas que colisionaban directamente con los suyos. Prueba de ello, indica Víctor Ríos, son las críticas que formuló a los líderes de la izquierda que protagonizaban el proceso de la Transición. «Se desmarcó de la línea oficial del PCE y el PSUC, y especialmente crítico fue con Santiago Carrillo en el momento que este firmó los Pactos de La Moncloa calificándolos de conquista histórica». Aun y con estas polémicas, su solidez intelectual hacía de Sacristán un personaje muy respetado por las distintas familias del progresismo español. Así lo subraya Ríos, según el cual «a aquellos que le achacaban rigidez en realidad les molestaba su rigor, y los que le acusaban de izquierdista voluntarista obviaban la reivindicación de la subjetividad revolucionaria en la lucha por la emancipación de la especie humana», afirma el veterano colaborador de Julio Anguita. También Jordi Mir, doctor en Humanidades, considera a Sacristán una figura clave por su implicación entre los sectores populares, en alusión a su acercamiento a los barrios del extrarradio barcelonés donde se había instalado la inmigración proveniente de los años 50 y 60. Su arraigo en estos ambientes, combinado con largas horas de estudio, le llevaron a construir una propuesta política que revisaba críticamente la ideología que Marx, Engels, Lenin o Gramsci habían propugnado a principios del siglo pasado. «Proyecta un ideario que, si bien se impregna de los padres del marxismo, está muy alejado de cualquier ortodoxia», afirma Mir. Otro ejemplo de su librepensamiento, apunta el profesor universitario, es cuando se opuso a la invasión de Praga por parte del Pacto de Varsovia en agosto de 1968. «Aunque Sacristán admite que en determinados contextos la violencia puede ser liberadora, se muestra partidario de que para alcanzar un escenario más justo y democrático es necesario defender prácticas basadas en la desobediencia civil y la no violencia». También en la misma línea, Víctor Ríos evoca aquellas «reflexiones agudas, amargas y premonitorias mediante las cuales ponía en cuestión los sectores favorables a la Unión Soviética y sus aliados». A causa de ello, Sacristán se alejó del militarismo para abrazar un pacifismo de tradición gandhiana, toda vez que se enroló en las campañas contra la permanencia de el Estado español en la OTAN y contra las bases militares en suelo español. UN HUMANISTA EMANCIPADOR Son muchas las facetas por las que Manuel Sacristán puede ser reivindicado. Su biografía transita por un amplio abanico de luchas sociales, que le sirve para vertebrar un cuerpo teórico en el cual contribuirá la comunista italiana Giulia Adinolfi, con quien ser casó y le empujó a tener, tras su estancia en el país transalpino, una concepción más abierta del marxismo que se dirimía en el Estado español. Tras recorrer esa y otras latitudes, Sacristán articuló un ideario que aparte de abogar por el pacifismo y la defensa a la libre determinación de los pueblos, tiene como divisa la ecología política, el anarquismo y el feminismo del último cuarto del siglo XX. Su identificación con el ecologismo -participó en el Comitè Antinuclear de Catalunya (CANC)- fue otro de los motivos por el cual abandonó el PCE-PSUC. Así lo recuerda el conocido historiador ambiental Enric Tello: «Viendo que el partido tenía recelo a la problemática ecológica optó por dejar la dirección el 1969 y la militancia un año después, esgrimiendo que la lucha ambiental, junto a la igualdad de las mujeres y la emancipación de los trabajadores, había de ser un eje activo de la resistencia contra el fascismo». Todas estas tesis las desarrolló en colaboración con su amigo el profesor Paco Fernández Buey, la misma Adinolfi y varios activistas en “Mientras Tanto”, una publicación en cuyas páginas acabó definiendo un comunismo ético de tinte verde (expresión encunada por el historiador inglés Edward P. Thompson), que, a la luz de los nuevos retos civilizatorios, sorprende por su clarividencia, pues apostaba por revertir el crecimiento ilimitado que nos depara el capitalismo para avanzar hacia un modelo de desarrollo que haga de la Tierra un lugar justo, habitable y libre de explotación humana. Este es el gran legado de un pensador de quien han quedado antologías tan importantes como “Pacifismo, Ecología y Política Alternativa” (Icaria, 1987), pero sobre todo la capacidad de influir mediante una actitud ética y una dialéctica de la cual emergen frases tan célebres como «hay que aprender a vivir intelectualmente y moralmente sin ninguna imagen o concepción redonda y completa del mundo y del ser». «Manifiesto por una universidad democrática»: un alegato al saber Humanismo, rigor y ética son la tríada que distingue la obra de Manuel Sacristán, cuya lucidez a la hora de defender sus postulados cautivó a muchos de sus compañeros de aula. Fue, precisamente en la etapa académica, donde forjó las bases de sus planteamientos, y así quedó reflejado en el “Manifiesto por una universidad democrática”, que impulsó junto a otros activistas y que sirvió para presentar, el 9 de marzo de 1966 en els Caputxins de Sarrià, el Sindicato Democrático de Estudiantes de la Universidad de Barcelona (SDEUB). Dicho manifiesto constituye una declaración de principios sobre el papel de la académica como ágora de diálogo y pensamiento crítico. «Supuso un documento de gran relevancia, pues reivindicaba la apertura de la institución al conjunto de la población, tanto en la organización de sus actividades como en la toma de decisiones, con el fin de garantizar la libertad de enseñanza, investigación, expresión y asociación», explica Jordi Mir. Aparte de esas premisas, el profesor de Humanidades indica que el Manifiesto promovido por Sacristán exhortaba a que la académica se erigiera en un espacio destinado a aportar soluciones ante la falta de acceso a una vivienda, a una educación digna y a otras necesidades. Aspectos que, según Víctor Ríos, conformaban la «vida decente» a la cual aspiraba aquel joven marxista. «A menudo nos hablaba que esa vida decente había de contener tres ideas: amor a las personas, pero también a la naturaleza y al conocimiento; trabajo, tanto en su vertiente manual como intelectual; y lucha, es decir, compromiso en la acción contra las desigualdades, las injusticias y las opresiones». En ese sentido, el Manifiesto se ha convertido en un texto clásico que plantea cuestiones fundamentales para una universidad moderna y plural, abierta a las clases populares y cuya función radica en potenciar una sociedad crítica, culta y profundamente democrática. A.R.