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EL EXTRANJERO

François Ozon reinventa a Camus


François Ozon, uno de los cineastas franceses más personales y prolíficos de su generación, se enfrenta a un desafío mayúsculo: adaptar “El extranjero”, la novela fundacional de Albert Camus. Traducir a imagen un clásico considerado “inadaptable” siempre arriesga polarizar opiniones, y esta película no será la excepción.

Lo primero que llama la atención es la apuesta estética de Ozon. El uso del blanco y negro, junto a una fotografía intensa y luminosa, y un diseño de producción cuidadosamente elaborado, logra situar al espectador en la Argelia de 1938 de manera casi tangible. La película consigue transmitir la luz implacable del sol, el calor aplastante y el silencio opresivo del paisaje.

Un recurso particularmente interesante es la voz en off. Curiosamente, no aparece durante la primera parte de la película, donde se sigue a Meursault desde fuera, dejando que el público lo interprete a través de sus gestos y silencios. Solo más adelante, y en momentos clave, la voz interior emerge para subrayar emociones o reflexiones, potenciando el misterio del protagonista.

El valor estético y la ambición del proyecto son indudables, pero la película exige paciencia. Su narrativa es pausada, acorde al sentimiento imperante de su protagonista, pero su excesiva duración no siempre favorece este tono pausado, y en algunos momentos la película se estira más allá de lo estrictamente necesario.

“El extranjero” no es una adaptación convencional ni un entretenimiento ligero. Es una obra cerebral y visualmente deslumbrante, aunque con una orientación propia que seguramente dividirá al público.

Es un cine que exige reflexión, sensibilidad y paciencia, pero que recompensa con una experiencia estética y existencial tremendamente interesante.