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TXOKOTIK

Escándalo


Nos estamos volviendo impasibles. O hemos perdido capacidad de transgredir. Cada vez es más difícil dar con algo que sacuda la corrección social o ética. Lejos quedan los tiempos del «pandemonio moral» de los Sex Pistols. Ni Johny Rotten entendía el motivo de tanto alboroto, si «lo único que intentamos es destruirlo todo».

El cine, el arte, la música... que siempre fueron terreno fértil para la transgresión, apenas arañan hoy la corteza de lo repugnantemente correcto. Ahora el orden político se encarga de tragar, digerir y evacuar cualquier expresión de ruptura hasta neutralizarla. Excepto la política, que va por la vía de la Ley Antiterrorista.

Asociamos ya los escándalos a las estrategias de marketing. De hecho, así es; las únicas polémicas que saltan fronteras han sido diseñadas en laboratorios de publicidad o comunicación con el fin último de vendernos algo: una cosa o una idea.

El sexo sigue siendo una de las principales preocupaciones para los obstinados guardianes del delicado pudor burgués. Precisamente, los últimos chispazos de pretendido escándalo han llegado con la película «Nymphomaniac», de Lars Von Trier, por sus explícitas escenas de sexo y su provocador cartel de rostros en pleno orgasmo. Una buena estrategia comercial, pues, como mucho, los espectadores salimos de la sala oscura turbados por la dureza del psicodrama de una mujer que no encuentra paz. A lo más, alguno acelera el paso porque se le enfría la cena.

Quizás por esa menor capacidad para sorprendernos, la salvaguarda del decoro resulta cada vez más patética, como se pudo comprobar con aquellas fotografías de soldados estadounidenses maltratando a prisioneros iraquíes en las que aparecían difuminados... ¡los genitales de los torturados! Es la desnudez y no el tormento lo que consterna el alma de los piadosos custodios de la moral. Para mí que, si se quiere ocultar a los ojos la auténtica perversidad humana, sería mejor difuminar los editoriales de los medios que apadrinaban aquello y pixelar la plantilla de sus consejos de administración. Y la de los cardenales.

Nos estamos volviendo imperturbables. Estamos perdiendo la libido de la provocación. Tal vez es que hoy hay más perversión en un recibo de la luz o en la última ocurrencia de un delegadillo de gobierno cualquiera que en el sexo más explícito.