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FINAL DEL PAREJAS

Andoni se desplomó de cansancio, abel de alegría

Fue una final imprevista. Bulliciosa en la grada, desigual entre las dos paredes. Entre la zurda de Irujo y la falta de manos de Olaizola, se coló un enorme Barriola y la sorpresa de Aretxabaleta. Los cuadros alegres estuvieron tristes, los traseros exhaustos.


«¡Qué tanto aquel, valía seis miuras», que diría don Miguel de Unamuno en ``Un partido de pelota'', allá en 1893. Un tanto eterno, maratoniano. Golpe a golpe, verso a verso. Golpes de la bestia Irujo, versos del joven Andoni Aretxabaleta, desde la soledad del zaguero en el ocho, cuando no en la lejanía del diez. ¡143 pelotazos! Nada más y nada menos. Fue el 12-17. Martilleaba Juan, lo hacía Abel, respondía Andoni jaleado por la grada a cada resto. Un toma y daca con Aimar de espectador que ilustró lo que fue la final. Falló el de Ibero casi sin querer y pidió de manera instintiva perdón por tal sacrilegio. Un desfondado Andoni desplomaba toda su estatura sobre el piso, rendido. El graderío del Frontón Bilbao se ponía en pie para aplaudir a los titanes de las dos paredes.

La amona de Andoni metió ayer prisa al chófer del autobús que estos días les ha paseado de excursión por Andalucía y todo por llegar al menos a tiempo a casa de ver los últimos tantos de la final de su nieto. No sabemos si pudo ser o no. Pero es seguro que estará tan orgullosa de él como el propio pelotari de portar el `gerriko' tejido por ella. Porque el de Markina, con ese aire de mocetón centroeuropeo, se ganó a un público que no dejó de aplaudir sus devoluciones desde los más profundo de la cancha. El debutante, el vizcaino que aspiraba a una txapela del parejas, recibía a cada tanto los ánimos del veterano Aimar, hasta que con el 13-19 tuvo que ser el alumno el que hiciera lo propio con el maestro.

Fue una final inédita, sí, pero también cargada de emoción. Llena de incertidumbres. Miradas puestas en la zurda de Irujo en el calentamiento y en su rostro después de cada golpeo. «Ya verás como está bien», decían desde la cátedra tras esos iniciales minutos. La chapa al aire se decantó por los colorados, que de momento habían perdido en decibelios al ser saludados desde megafonía los nombres de ambas parejas. «¡Irujo-Aimar!», alentaban antes del primer saque, como si de un manomanista se tratara. Aimar bota, coge carrera, golpea, intercambio, dejada al txoko y tanto. Irujo jura. La chapa alguna vez, el ancho que se quedaba corto más de una, Olaizola II no estaba en el partido, no le sentó bien la digestión de la final.

Igualadas sucesivas en los cartones, el joven Aretxabaleta restando desde su casa, Abel a todas menos a los botes secos que le jugó la pelota un par de veces, Aimar se lamentaba, Irujo se grababa la mirada del tigre en sus ojos, echaba sapos y culebras de rabia como en el 9-13 en que la mandó al 10... Como diría el mítico pelotari Perkain cuando le preguntó el Mariscal Harispe hasta dónde hubiera sido capaz de lanzar, «pues creo que podría haberla enviado, sin gran esfuerzo desde Baigorri hasta Errazu...», separadas por kilómetros de distancia y montañas que sobrepasan los mil metros.

Los gritos continuos de «¡Andoni, Andoni, Andoni!», los aplausos al buen partido del de Markina, su inolvidable 12-17, fueron insuficientes para que la pareja de Aspe se fuera de manera definitiva en el luminoso. El siguiente 12-18 resultó clave. Estaba claro que del que cayera el tanto, podía ser el partido. Y cayó del lado de los `azules', en otro fallo más de Aimar. «Lleva todo el partido malísimo», insiste la cátedra que sigue el partido. Se llega al 13-20. Un agotado y maltratado Andoni no es capaz de levantar el enésimo envite. Cae el siguiente. La furia de Irujo se escapa por cada poro. Se ve ganador. Grita enrabietado, aprieta los puños. Solo queda uno. Uno más. Aplausos. Corre carrera, golpea, intercambio de golpes, falla de nuevo Andoni. El veterano Barriola se desploma. Estrella su alegría contra el piso. La cancha se inunda de gente. Los campeones se buscan. Se abrazan. Los derrotados se escabullen. No les dejan. Hay que hacer honores a los vencedores. Las txapelas, los trofeos, los ramos, los clásicos silbidos a la política de turno -esta vez Josune Ariztondo-, emotiva simbiosis entre Juan y Abel antes de escalar al podio de la gloria. El prometedor Aretxabaleta aun tiene fuerzas para dejarse mantear por sus incondicionales. Es su campeón. Como gran campeón es Aimar. Y hoy lo son Irujo y Barriola. Alguien dijo que un final de vencedores y vencidos es una cicatriz, una fractura, una nueva batalla en el futuro...