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CRíTICA: «Omar»

Este es el verdadero muro de la vergüenza


Las cosas no han cambiado en Palestina desde que Hany Abu-Assad removiera conciencias con su obra maestra «Paradise Now», incluso puede que hayan ido a peor, porque cada minuto que pasa el muro construido por los israelíes en los territorios ocupados va acumulando más y más vergüenza. Y si el tiempo juega en contra a falta de soluciones por culpa de la complicidad tácita de la comunidad internacional en las ya sistemáticas violaciones de los derechos civiles, la nueva mirada del cineasta de Nazareth sobre el conflicto sólo puede ser más pesimista, más amarga.

En consecuencia, «Omar» ofrece una mayor complejidad temática, a la vez que el estilo narrativo de Hany Abu-Assad evoluciona en el terreno genérico combinando drama y acción de forma insuperable. Todo ello redunda en beneficio de la tensión que transmite la película de principio a fin, tanto en su contenido humano como en el desarrollo de una intriga política que se vuelve axfisiante por la presión que ejerce en el día a día de los jóvenes protagonistas.

Los interrogatorios, torturas y persecuciones por las callejuelas y rincones tantas veces bombardeados de Gaza están filmados con un nervio visual digno del mismísimo Paul Greengrass, si bien con el mérito añadido de haber sido insertados en la vida cotidiana, creando así un ambiente de auténtico caos y conmoción. La normalidad se hace imposible dentro de situaciones que parecen surrealistas, ya desde la primera secuencia en que el panadero y activista palestino debe saltar el muro para poder ver a su chica, exponiéndose a los disparos de los vigilantes armados.

A partir de ahí la propia convivencia interna en la franja se vuelve irrespirable y se va enrareciendo, tal como ocurría en las ciudades amuralladas y castillos sitiados de la Edad Media. Surge el fantasma de la sospecha, forzado por la práctica común del chantaje israelí mediante la introducción de topos o colaboradores por parte del Mossad. Nadie había tratado nunca tan bien la traición, salvo tal vez Bertolucci en «La estrategia de la araña».