AUG. 26 2014 Udate Bibliotecas Josu MONTERO Escritor y crítico No hay silencio en ninguna parte. Antes había silencio en las iglesias; ahora las iglesias están cerradas o, lo que es peor, hay misa o cualquier otra celebración litúrgica. Y si están abiertas y no hay misa ni nada por el estilo, tienen puesta una musiquita medio new age medio religiosa, una musiquita ridícula, una musiquita insoportable. Así que ya no se puede ir a la iglesia buscando recogimiento. Tampoco hay ya silencio en el monte; uno sube renqueante ya a alguna montañita en busca de silencio y resulta que aquello está lleno de excursionistas, montañeros minuciosamente pertrechados, domingueros vociferantes, buscadores de setas, motos embarradas o quarts infernales. No hay silencio en ninguna parte, pero en las bibliotecas sí hay aún silencio. Uno ha de ir pues a la biblioteca buscando silencio. No me extraña que el ciego Borges se imaginara el Paraíso como una infinita biblioteca; de hecho vivió en el Paraíso durante los casi veinte años en los que fue director de la Biblioteca Nacional Argentina. Tampoco me extraña la pasión del viejo borrachuzo Bukowski por las bibliotecas; eran para él el mejor refugio contra el frío y contra el hambre. Ni me extraña la paz de espíritu y el cobijo existencial que halló un ya crepuscular y perseguido pero aún entusiasta Casanova en el cargo de bibliotecario que le ofreció en Bohemia el conde de Waldstein. Son sólo tres amantes de las bibliotecas. En «El escritor en su paraíso», de Ángel Esteban, editado por Periférica, hay treinta. Pero parece que esa pasión intelectual y sensual por los libros y ese silencio de los estantes van muriendo, devorados por las pantallitas higiénicas e inodoras. Conmigo que no cuenten. Yo solo aspiro a que me dejen en paz en una silenciosa y polvorienta biblioteca.