«Magia a la luz de la luna» está hecha por un Woody Allen feliz

El pasado lunes Woody Allen cumplía 79 años, y da envidia verle más feliz que nunca. O al menos esa sensación transmiten sus últimas películas, que tanto irritan a los críticos que odian ese contagioso estado de ánimo, porque son radiantes comedias románticas en maravillos paisajes de la vieja Europa.

En «Magic in the Moonlight» la Costa Azul luce en todo su esplendor, gracias a la fotografía luminosa de Daris Khondji con toda la amplitud panorámica del formato Scope. Y para que todo sea perfecto, el vestuario diseñado por Sonia Grande refleja el lujo y el glamour de los años 20 como en una novela de Scott Fitzgerald.

Trucos para ser feliz

De sobra es conocido el sueño infantil de Woody Allen por ser mago, y el ilusionismo está muy presente a lo largo de toda su filmografía. La magia le ha servido siempre de vehículo para conectar la fantasía con la realidad, y así en su nueva realización presenta un debate entre lo que es un misterio inexplicable y lo que no pasa de ser un truco o engaño.

Colin Firth representa a los escépticos y amargados que reniegan de los sueños y las ilusiones, al personificar a un mago orgulloso de sus trucos para crear falsas impresiones. Por eso se dedica a desenmascarar a todos aquellos que se dicen conectados con lo intangible, pues los considera como unos estafadores e intrusistas.

No cuenta con que el amor puede llegar a nublar los sentidos y la percepción de las cosas, y sus convicciones se vienen abajo al conocer a la divina adivina encarnada por Emma Stone.

Si las imágenes de postal obran el encantamiento, también se debe en parte a la banda sonora de primigenio jazz, en la que junto al indispensable Cole Porter se cuelan las voces legendarias de Bix Biderbecke, Al Bowlly o Ruth Etting. En el prológo berlinés canta Ute Lemper al estilo del cabaret expresionita, sin que faltan las composiciones de Kurt Weill y Bertolt Brecht.