FEB. 13 2015 Birmania: el frágil camino hacia la paz La guerra civil más larga de la historia sigue desangrando Birmania. La muerte y violación de dos jóvenes kachin ha vuelto a disparar las acusaciones de crímenes de guerra en un conflicto que ha dejado desde 1948 más de 130.000 muertos y al menos un millón de exiliados. Mientras el Gobierno y los grupos étnicos negocian desde 2011 en un nuevo proceso de paz, los combates en el norte siguen cobrándose centenares de víctimas. Pablo L. OROSA Taunggyi En la entrada al National Races Village, a orillas del río Bago, en Yangón, un monumento presenta a los pueblos de Birmania unidos de la mano, un espejismo en la intrincada batalla étnica que se libra en el país desde su independencia del Imperio británico. «Antes de la época colonial éramos diferentes países, diferentes reinos. Nunca habíamos sido una nación. Por eso, Birmania no pertenece a nadie». En su despacho en el centro de Yangón, a donde retornó tras varias décadas de destierro, Aung Myo, uno de los líderes del partido opositor birmano DPNS, clama por el diálogo: «Lo necesitamos. Tenemos que intentar que el régimen no abandone el proceso de paz». Desde su llegada al poder en 2011 como parte de la transición democrática acordada por la Junta Militar, el exgeneral Thein Sein ha firmado un armisticio con 14 de los 16 grupos armados más importantes, lo que ha conseguido aplacar la tensión en el centro del país, pero no así en los dominios étnicos del norte, en la frontera con China, Laos y Tailandia, donde los enfrentamientos con las guerrillas shan y kachin se han recrudecido en los últimos meses. El bombardeo en noviembre de uno de los cuarteles del Kachin Independence Army (KIA) en Laiza, capital del movimiento independentista kachin, en el que murieron 23 combatientes y otra veintena más resultaron heridos, ha avivado de nuevo las refriegas. Solo en los primeros días de febrero, alrededor de veinte soldados perdieron la vida en las confrontaciones. «Mientras el Gobierno habla de paz, los militares mantienen su ofensiva en las áreas donde se ha pactado un alto al fuego, lo que hace tambalear el proceso de paz», asegura Hor Hseng, portavoz de la Shan Human Rights Foundation. La estrategia four cuts impulsada por el Tatmadaw, como se conoce al Ejército birmano, para asfixiar a los grupos rebeldes impidiéndoles el acceso a recursos naturales, financiación económica, información y nuevos reclutamientos se ha traducido en una campaña masiva de torturas, abusos y expropiaciones que ha causado alrededor de 100.000 desplazados en los estados del norte, según datos de ACNUR. Dos profesoras de la etnia kachin violadas y muertas en la aldea de Kawng Hka son hasta ahora las últimas víctimas de lo que el United Nationalities Federal Council (UNFC), organismo que agrupa a los principales grupos étnicos opositores, califica como crímenes de guerra. Organizaciones internacionales de derechos humanos responsabilizan tanto al Ejército como a los grupos insurgentes de estas violaciones de los derechos humanos. La traición de Panglong Birmania nace como Estado independiente en la Conferencia de Panglong el 12 de febrero de 1947. Allí, las minorías chin, kachin y shan, así como otros grupos étnicos, pactan con Aung San, héroe de la independencia frente a los británicos -y padre de la actual líder opositora y premio Nobel de la Paz, Aung San Suu Kyi- la creación de la Unión de Birmania bajo los principios de asociación voluntaria, igualdad política y derecho de autogobierno. La Constitución redactada entonces recogía el derecho de secesión de cada uno de los firmantes al término de los primeros diez años. Tras el homicidio de Aung San y de varios de sus ministros el 19 de julio, el régimen militar dirigido por el general Ne Win impuso una fuerte política nacionalista basada en el concepto de «una religión, un idioma y una etnia» que acabó con el Estado secular y plural nacido del acuerdo de Panglong. En su política para «construir una nación», el Gobierno castrense implantó un Estado policial que aplastó cualquier movimiento opositor. Tras el levantamiento de 1998, ya bajo el mando del general Saw Maung, la Junta Militar culminó su política de asimilación convirtiendo la República Socialista de la Unión de Birmania en la República de la Unión de Myanmar: «El término `Myanmar' se refiere exclusivamente a un grupo étnico particular -los Bamar, mayoritarios en el país-, mientras que el término `Birmania' alude a un Estado postcolonial multiétnico y plurireligioso», explica en sus escritos el director del Burma Centre for Ethnic Studies, Lian H. Sakhong. Con el país sumido en la pobreza y la miseria tras casi seis décadas de aislamiento internacional y un modelo económico, la denominada «vía birmana al socialismo», estrangulado por la corrupción, la Junta Militar emprendió en 2003 un proceso de reformas en su «camino a la democracia» en el que se incluían las negociaciones con los grupos étnicos levantados en armas. La nueva Constitución, aprobada en 2008, preveía la transformación de estos grupos en cuerpos del Ejército birmano, las Border Guard Forces (BGF), controladas por el Tatmadaw. Aunque muchos de los grupos rebeldes acordaron un alto al fuego, solo el Democratic Kayin Buddhist Army (DKBA) aceptó su inclusión en los nuevos cuerpos militares. «La creación de las BGF fue un error», reconoce Paul Keenan, investigador del Burma Centre for Ethnic Studies, organismo asesor en las conversaciones de paz. En setiembre de 2010, y tras varios aplazamientos, el Gobierno declaró nulos los acuerdos sellados desde 1990 para el cese de las hostilidades con todos los grupos étnicos que no se hubieran acogido al nuevo proceso de paz. La batalla por Kachin Desde los años 60, el pueblo kachin lucha por la creación de un Estado independiente en esta región montañosa, en el extremo sur de la cordillera del Himalaya, fronteriza con China. Organizados bajo la Kachin Independence Organisation (KIO), esta minoría ha logrado poner en marcha una Administración autónoma con hospitales, escuelas -donde enseñan su lengua autóctona- e infraestructuras propias, financiadas con la venta de jade, madera y otros tráficos fronterizos, muchos de ellos ilegales. La tregua firmada con la Junta Militar en 1994 saltó por los aires en mayo de 2007 tras el acuerdo del Ejecutivo birmano con una compañía china para la construcción de una presa en Myitsone, en el nacimiento del río Irrawaddy, un proyecto que afectaba a casi 15.000 personas. Cuatro trabajadores chinos perdieron la vida en los ataques contra esta infraestructura. El KIA, brazo armado de la KIO, se negó a entregar las armas y desde 2011 las choques con las fuerzas del Tatmadaw son una constante en los alrededores de Laiza, donde más de 100.000 personas han tenido que dejar sus tierras. A diferencia de las demás organizaciones étnicas mayoritarias, que sí han aceptado un armisticio, la KIO exige un diálogo político previo al que el Ejecutivo de Thein Sein no está dispuesto. «En el Estado kachin existe el precedente de un alto al fuego fracasado, lo que ha deteriorado la confianza de los actores involucrados. Los recientes enfrentamientos en la zona han acrecentado la brecha de la confianza», remarca Nerea Bilbatua, del Centre for Peace and Conflict Studies. En los últimos meses, el Ejército birmano ha intensificado los ataques contras las posiciones del KIA, al tiempo que ha incrementado la presión económica, bloqueando incluso el comercio con China. Al sur, en la región shan, los combates con el Ta´ang National Liberation Army, las guerrillas de la minoría palaung afines a la KIO, han dejado al menos 17 muertos y más de 2.000 evacuados este mismo mes. La guerra del opio A medida que la carretera se empina, dejando atrás la meseta shan, las viviendas coloniales de Taunggyi, la capital del Estado, recuerdan el esplendor colonial británico. Hoy, muchas de esas mansiones están ocupadas por clanes vinculados al tráfico de heroína. Birmania es el segundo productor mundial de opio, solo por detrás de Afganistán, y toda su producción se aglutina en el territorio shan, limítrofe con Laos y Tailandia, en el conocido como «triángulo dorado», a orillas del Mekong. Hasta hace 15 años, el cultivo se concentraba en las regiones wa, al este del Estado shan, pero en los últimos años los líderes de esta etnia, una de las más poderosas del país, con un Ejército, el UWSA, compuesto por al menos 25.000 efectivos, han erradicado su sembrado. «Ahora la producción se concentra aquí, en Taunggyi», señala el responsable de la Oficina de Naciones Unidas Contra la Droga y el Delito (UNODC) en Birmania, Jochen Wiese. El comercio del opio esconde una batalla étnica por el control del territorio. Los wa y sus grupos afines, el Myanmar National Democracy Alliance Army (MNDAA), administran desde 1989 seis distritos en la frontera con China, apoyando la lucha del Ejército birmano contra el Shan Army (SSA), otro de los principales grupos que se enfrentan al Tatmadaw. Aunque la minoría shan acordó un alto al fuego en 2011, los choques con los militares y los grupos wa son cada vez más frecuentes, más de un centenar en los últimos tres años. Los Pa-O, enfrentados con el Shan Army por los dominios del sur, completan el intrincado equilibrio étnico de un Estado clave para el comercio energético con China. La nueva Conferencia de Panglong Las elecciones, previstas para el próximo otoño, marcan los tiempos del proceso de paz. «Aunque es improbable que se alcance un acuerdo definitivo antes de los comicio», reconoce Keenan, los líderes étnicos ven en las urnas una oportunidad. La pasada semana, el UNFC instó al Gobierno a firmar un acuerdo, coincidiendo con el aniversario de la Conferencia de Panglong, para sentar las bases de una unión federal en Birmania. «La reconstrucción del país requiere del consenso de todos los grupos. Para eso, antes debería ser reformada la Constitución», advierte Hor Hseng. «Al mismo tiempo que mantiene el diálogo con los grupos étnicos, el Ejército sigue atacándolos, así que solo hay una pregunta -añade Aung Myo- ¿Tiene realmente el Gobierno la voluntad política de alcanzar la paz?». El apartheid roginhya Al oeste del país, en el Estado Rakhine, la minoría musulmana roginhya sufre una de las persecuciones más violentas del mundo. Considerados inmigrantes ilegales por los autoridades birmanas, más de un millón de personas malviven en campos de refugiados y pequeños guetos en los alrededores de Sittwe sin acceso a servicios básicos como educación o sanidad.