Contexto se declina también en ruso
Por mucho que el por otro lado competente ministro ruso de Exteriores, Serguei Lavrov, trate de negar la evidencia, todo apunta a que el atentado, aunque haya sido perpetrado por un lobo solitario, enfila todas las miradas a Irak y Siria –donde el Ejército ruso rescató in extremis al régimen de Bashar al-Assad– y al yihadismo, posiblemente del ISIS.
Tiene razón Lavrov cuando recuerda que «el terrorismo amenaza a todos los países», en referencia a los atentados sufridos en los últimos años en la práctica totalidad de las capitales de Europa Occidental, sin olvidar a EEUU. Pero quizás debería aplicarse la misma máxima contextualizadora, tan del gusto de Moscú y que viene a insinuar que, con esos atentados, Occidente recibe lo que se merece por su política internacional.
Quizás le hubiera resultado mucho más sencillo al Kremlin sortear esa engorrosa cuestión si el atentado hubiera sido perpetrado por un checheno o caucásico. No en vano Putin esgrime el ejemplo de la «pacificada» Grozni como la base de su éxito como «nuevo zar». Poco importa que su victoria en la enésima guerra en el Cáucaso se cimentara sobre la «yihadización» de sus enemigos. Miles de ellos combaten hoy con el ISIS en Mosul y Raqa.
Pero resulta que el sospechoso es posiblemente un hijo de uzbekos de Osh, en el valle de Fergana, feudo del Movimiento Islámico de Uzbekistán (MIU), que lucha desde hace más de quince años con las armas y que se ha convertido últimamente en uno de los principales graneros del ISIS. Rusia, como en su día la URSS, prosigue con su política de apoyo a los sátrapas que pasaron de ser los secretarios generales del PC local a convertirse en dictadores que mantienen sojuzgadas y empobrecidas a sus poblaciones, lo que alimenta a la yihad.
¿Implica ello que Rusia es responsable de atentados como el del metro? Ni mucho menos. Simplemente ayuda a contextualizarlos, ya que, desgraciadamente y como ocurre en Occidente, parece imposible evitarlos.