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Del setiembre de luz y sonrisas al diciembre en un túnel con salida

El ambiente en Catalunya hoy tiene poco que ver con el que encontramos hace apenas tres meses. Aquella «revuelta de las sonrisas» multicolor de setiembre dio paso a un octubre caoba, de decisiones históricas en despachos, luego a un noviembre amarillo antirrepresivo y ahora a este diciembre pálido en que se han descolgado muchas banderas. Pero, sobre todo, españolas.


Quien buscaba épica –y hasta diversión– en Catalunya tuvo su momento perfecto en aquellos últimos días de verano. Cuando GARA instaló aquí su oficina informativa para seguir este proceso histórico encontró un país con apariencia insurreccional, una primavera política en toda regla, con esteladas en muchos balcones, debates ilusionados e incesantes en la calle, movilizaciones cargadas de sonrisas y una comunión intergeneracional e interpartidaria arrolladora. Setiembre era multicolor: el de los carteles de la ANC pidiendo el Sí en toda la paleta cromática. Y la banda musical representativa del momento, el tema ‘‘Dies de llum’’ del rockero local Èric Vinaixa; para quien no tuvo la suerte de vivir aquella efervescencia, el vídeo está en Youtube.

El segundo viaje, tras el 1-O, tiene ya un tono entre rojo terciopelo de las alfombras del Parlament y caoba de pasillos y despachos: la calle no había desaparecido, pero era ahí dentro, entre bambalinas, donde se tomaron decisiones cruciales, primero el 10 con el amago de DUI ante más de un millar de periodistas de todo el planeta, luego el 26 con las idas y venidas telefónicas de Puigdemont, y finalmente el 27 con la proclamación de la República que destapó las inmediatas iras del Minotauro.

Las sonrisas se congelaron, se cortaron de raíz: hasta el mítico ‘‘Polònia’’ de TV3 dejó de emitirse un jueves por los encarcelamientos del Govern y los Jordis. Aún peor, les sustituyeron otro tipo de risas, sarcásticas e hirientes. Al despliegue policial español lo llamaron Copérnico porque el astrónomo era polaco: reírse de uno mismo es síntoma de inteligencia, reírse del otro es afán de humillación. Noviembre vistió Catalunya de amarillo, el color de la solidaridad con los presos políticos. Un mes después, esos lazos siguen colgados en muchas chaquetas y abrigos, pero también en el Gato del Raval de Botero, en las copas de los árboles de la Plaza de Gràcia, en las puertas de decenas de escuelas…

Y ha llegado diciembre, con su campaña electoral, reiterativa porque todo el pescado está vendido desde los hechos de octubre. Los escasos carteles lucen en marquesinas de autobús y en el Metro, pero apenas se ven por ejemplo en las Ramblas de Barcelona, donde la mayoría han sido arrancados o pintarrajeados. Por cada uno de Puigdemont, Junqueras o Arrimadas se encontrarán tres de la Grossa, la lotería navideña catalana. ¿Y qué color tiene hoy este país? Pues ni el naranja Arrimadas ni aquel animado arco iris de la ANC; si acaso, sería uno pálido.

La preocupación es la nota dominante, lo único común en unos y otros. El españolismo tampoco sonríe ya, sabe que el jueves se juega demasiado. En cuanto al sentimiento del independentismo, hoy lo refleja mejor ‘‘El cant del ocells’’, esa villancico de Pau Casals que suena casi a marcha fúnebre de Sorozabal, que aquellos himnos alegres de Vinaixa o Txarango. El invierno ha llegado para todos.

La participación es la clave

Estos diez días de campaña no han traído novedad alguna, contrariamente a lo que ocurrió –a ritmo febril– entre setiembre y noviembre, desde la Diada a los encarcelamientos y el exilio. En la calle se sigue hablando de política, pero menos que entonces, cuando sencillamente no había otro tema de conversación.

¿Efecto hastío? Lo parece. Y quizás eso explique que el unionismo en Catalunya, donde la propaganda triunfalista de los medios de Madrid llega de forma muy tenue y la impresión es mucho más real, ande también temeroso. Sabe que sus opciones pasan inevitablemente por superar el 80% de participación (el CIS dijo ver posible hasta un 90%), pero eso es tan fácil de enunciar como difícil de conseguir. A quienes simplemente pasan de las urnas se les suman los que creen que la mejor manera de denunciar un colapso que les incomoda es no ir a votar, los que no ven salida en esta convocatoria, los que no se sienten motivados con ninguno de los bloques pero saben que en el medio tampoco hay solución...

Por contra, no se atisba desmovilización entre el independentismo, que ya no votará con la sonrisa en la boca y por puro convencimiento, pero sí como mecanismo de autodefensa o como apoyo a los presos políticos. «Si lo hicimos el 1 de octubre frente a las porras y tras una noche entera cuidando los colegios, ¿cómo no lo vamos a hacer el jueves?», es el argumento más reiterado, incontestable.

«Somos los campeones de la democracia», ha dicho desde prisión Oriol Junqueras. «La democracia siempre gana», añade ERC en su propaganda. En las sedes improvisadas a contrarreloj por Junts per Catalunya la actividad es intensa y aseguran que «tenemos interventores para aburrirnos, más que nunca, y siempre se ha dicho que eso daba la medida de los votos que se conseguirían». Cuando cunde el desánimo, aquel 1-O ejerce como un chute que seguramente durará años, una generación. Y no faltan alicientes: unos sueñan con llenar de contenido la República, otros con sacar a los presos, otros con ver a Puigdemont volver triunfante... y todos con huir cuanto antes de esa España que les ataca a dentelladas.

Por cierto, mientras los recuentos alternativos tienen todo listo, el PPC sigue teniendo en su web un gran anuncio pidiendo voluntarios para hacer de interventores el 21D. Y de los balcones han desaparecido esteladas, pero sobre todo se han descolgado casi todas las rojigualdas que aparecieron como champiñones en octubre, con las dos grandes marchas de SCC y la del Día de la Hispanidad.

Inicio de un viaje largo

El giro de aquel setiembre a este diciembre no es solo cromático, anímico y climatológico. Es también de perspectiva temporal. Si entonces la sensación era que el pulso se ventilaría en semanas o meses, ahora sobre todo los independentistas se declaran conscientes de que hay pelea para años, y que en esta nueva fase les tocará afrontar además una represión desconocida hasta ahora. El lunes noche en Lleida un coro al estilo Kantuz recorría las calles entonando canciones conocidas que han adaptado su letra a la denuncia por los presos políticos. En Barcelona se ha creado una asociación que agrupa a familiares de encarcelados y exiliados. «¿Qué os vamos a contar a los vascos?», dejan caer con resignación. Euskal Herria vuelve ahora a aparecer en el radar «indepe», donde no estaba en setiembre.

Entre el españolismo, por contra, hay muchos que creen en el espejismo de una victoria final a corto plazo, vía aplastamiento. Un trabajador con buzo dice al paso de un acto electoral independentista: «Aprovechad, que para lo que os queda…». Su sensación es que si la carta del 21D no funciona, ya lo harán el comodín del 155 o el rey de bastos, la cárcel. Sin reparar en que ese esquema por ahora sigue reforzando a quienes ven la República como única vía a la democracia, a la dignidad.