Jazz flamenco, más o menos
La 55ª edición del Jazzaldia donostiarra arrancó oficialmente con un homenaje a Charlie Parker a cargo Perico Sambeat, una nueva lectura del fado de la mano de Lina y Raül Refree y la primera doble cita de la «Trini»: un supergrupo formado por Colina, Carmona, Serrano y Barrueta y el trío del pianista Chano Domínguez, que recibió el premio Donostiako Jazzaldi.
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Una de las ventajas que tiene esta extraña edición del Jazzaldia prácticamente sin presencia de músicos extranjeros es el hecho de tener la ocasión de ver en acción y así poder poner en valor el talento local. Tendemos erróneamente a pensar que lo bueno es siempre lo de fuera y solemos pecar de minusvalorar lo de casa, cuando la realidad es que aquí tenemos muchísimo talento. Y esto es precisamente lo que pudimos comprobar ayer en la plaza de la Trinidad.
En la primera parte del concierto pudimos disfrutar de un grupo verdaderamente extraordinario formado por el contrabajista navarro Javier Colina, el guitarrista flamenco del «clan de los Habichuela» Josemi Carmona, el armonicista Antonio Serrano y el baterista bilbotarra Borja Barrueta, que ofrecieron un recital a un nivel estratosférico. Y es que la capacidad de escucha e interacción que hay entre ellos es realmente sorprendente, y la facilidad de los cuatro músicos para sugerir e intercambiar ideas musicales que cualquiera de ellos puede proponer en un momento determinado y los complejos diálogos que de ello pueden llegar a desarrollarse están a un nivel alcanzable por muy pocos.
Aunque en un principio podríamos afirmar que el repertorio que presenta el grupo parte del flamenco, lo cierto es que están por encima de toda etiqueta, pues llegan a transcender los géneros. Se trata, por tanto, de música sin calificativos, en estado puro. Arrancaron el recital con la composición de Carmona ‘Sencillito’, para continuar con el tema de Ray Heredia ‘Alegría de vivir‘, ‘You and the Night and the Music’, de Arthur Schwartz, la canción popular irlandesa ‘Danny Boy’, ‘Oceano’ y ‘Noites cariocas’, de los brasileiros Djavan y Jacob do Bandolim y ‘Lucía del alma’, también composición del guitarrista, para finalizar con el clásico de Eliseo Grenet ‘Drume negrita’.
Los cuatro músicos estuvieron soberbios: lo que Serrano es capaz de hacer con una armónica sobrepasa lo imaginable, la originalidad de Barrueta es inagotable, el «duende» de Carmona permanente y el talento de Colina absolutamente extraordinario, hasta el punto de que pudo escucharse entre el público un simpático grito de ‘¡Colina, eres Dios!’, que abrumó al contrabajista pamplonés. Un concierto verdaderamente sensacional.
Tras el descanso, el director del festival Miguel Martín subió al escenario para pronunciar unas palabras –en las que recordó al que fuese director del certamen Rafael Aguirre Franco, fallecido hace sólo unos días– y hacer entrega del primero de los tres premios Donostiako Jazzaldia que se van a otorgar en la presente edición, en este caso al pianista gaditano Chano Domínguez.
Domínguez agradeció el galardón y dedicó unas palabras a los otros dos premiados de este año, el saxofonista y flautista madrileño Jorge Pardo y el también pianista donostiarra Iñaki Salvador, para inmediatamente sentarse al piano y ofrecer junto al contrabajista argentino afincado en Barcelona desde los años 80 e histórico acompañante habitual de Tete Montoliu, Horacio Fumero, y el baterista catalán David Xirgu un recital centrado en composiciones propias.
Arrancaron con ‘I love Evans’, tributo del gaditano al genial pianista estadounidense, para continuar con ‘En la carretera’, ‘Habanera de la alameda’, ‘Evidence’, el único tema no propio que interpretaron, en este caso de Thelonious Monk, ‘Limbo’, que además fue un estreno puesto que se trata de una pieza compuesta durante el confinamiento, ‘Rumba marina’, que fue interpretada por Domínguez a piano solo y, para concluir, ‘Chumbulúm’, otra vez junto al trío.
El concierto fue correcto, si bien el gaditano tal vez pecó de excesivo protagonismo y, por este motivo, el momento más interesante del concierto fue precisamente su interpretación a solo, ya que la interacción entre los músicos no llegó a la brillante fluidez que consiguieron los que le precedieron en la primera parte de la noche. Eso sí, una vez más el catalán David Xirgu demostró ser un baterista excepcional.
Homenaje a Charlie Parker en el Teatro Victoria Eugenia
El saxofonista valenciano Perico Sambeat se puso en la piel de Charlie Parker aprovechando la efeméride del centenario de su nacimiento para recordar la histórica actuación celebrada en el Massey Hall de Toronto el 15 de mayo de 1953 y que reunió a los «padres fundadores del bebop» bajo el nombre de ‘The Quintet’. Hicieron lo propio el trompetista Voro García, que se puso en la piel de Dizzy Gillespie, el pianista Albert Sanz, que lo hizo en la de Bud Powell, el contrabajista Toño de Miguel, que emuló a Charles Mingus, y el baterista Stephen Keogh, que adoptó el papel de Max Roach.
Pocas veces en la historia se ha repetido semejante alineación de estrellas. De ahí que el grupo fuese considerado «el mejor quinteto del mundo». La historia es bien conocida por todo aficionado al jazz que se precie de serlo: una serie de entusiastas canadienses –la New Jazz Society de Toronto– se las arregló para contratar a las cinco estrellas, pero pecaron de poco profesionales y planearon mal la actuación, no publicitándola lo suficiente y, para colmo, programándola la misma noche que Rocky Marciano peleaba contra Jersey Joe Walcott por el campeonato de los pesos pesados. El resultado fue que de las 2.500 localidades de aforo que tenía el recinto, se vendieron tan sólo 700.
Por otro lado, Charlie Parker tocó completamente borracho con un saxofón de plástico que tuvo que prestarle una tienda de música local porque se presentó allí sin su instrumento –según la versión que oigan, ésta podría incluir el añadido de que fue a causa de que lo había empeñado para conseguir heroína–, Gillespie, en un estado de embriaguez similar, revivió su antigua enemistad con Parker y no paró de hacer payasadas sobre el escenario, además de ir abandonándolo de vez en cuando para enterarse del curso del combate, y Bud Powell acababa de salir de un centro psiquiátrico tras recibir un largo tratamiento de electroshock y estuvo totalmente ebrio y ausente desde el primer tema del concierto. Tan sólo Mingus y Roach mantuvieron el tipo y estuvieron sobrios durante toda la actuación. A pesar de todo esto, dieron una hora de música «electrizante» que hoy podemos escuchar gracias a que Mingus tuvo la idea de grabar la actuación para publicarla posteriormente en su sello discográfico Debut.
Hemos de ser prudentes y sospechar de las historias cubiertas de tal halo de misticismo y que presentan un carácter tan novelesco o cinematográfico, pues muchas veces no son sino alteraciones de la realidad. Y lo cierto es que la prensa de la época no dijo absolutamente nada de todo esto. La «leyenda» se la debemos a Ross Russell, el primer biógrafo oficial de Parker. Pero la cuestión es que Russell no estuvo presente en el Massey Hall. Y contó su «novelada» historia casi 20 años después, además. Lo que se sabe por fuentes más fidedignas es que Parker ya llegó a Toronto con el saxo de plástico (un Grafton Acrylic que le regaló un tipo inglés tres años antes) y que testigos presenciales afirman que, aunque se tomó un whisky triple al subir a escena, no estaba borracho. Las payasadas de Dizzy sobre el escenario eran algo habitual y él mismo negó su hostilidad hacia Parker.
Por otro lado, Mingus estaba incómodo y no quería hacer aquel bolo porque él no se consideraba a sí mismo fan del bebop, sino fan de Duke Ellington y, en cuanto a Powell, parece que su tratamiento no fue de electroshock sino de insulina y, aunque efectivamente tuvo que ser acompañado al piano, basta escuchar lo que tocó para descartar un estado catatónico o de embriaguez extrema. En cualquier caso, la actuación y su correspondiente grabación discográfica son históricas y forman parte del imaginario colectivo del jazz.
Sambeat ya ha «revisitado» el evento en otras ocasiones. En el caso de la actuación del Victoria Eugenia del miércoles al mediodía, se interpretaron los temas según el orden en el que fueron publicados originalmente en el disco: ‘Perdido’, ‘Salt Peanuts’, ‘All the Things You Are’, ‘Wee’, ‘Hot House’ y ‘A Night in Tunisia’. Y, como propina, ofrecieron ‘Embraceable You’, que apareció como tema alternativo en ediciones posteriores de la grabación. Los cinco músicos estuvieron impecables, hasta el punto de dar la sensación de que estábamos escuchando el disco original.
Nueva lectura del fado
La cantante portuguesa Lina y el exitoso productor catalán Raül Refree ofrecieron un exquisito concierto la tarde del miércoles en un teatro Victoria Eugenia prácticamente lleno.
Refree es uno de los productores más exitosos del panorama actual y podría considerarse como una especie de «rey Midas» de la música en nuestro país, pues parece que convierte en oro todo lo que toca. La nueva lectura del flamenco que supusieron sus trabajos al lado de artistas como Rocío Márquez, el Niño de Elche, Sílvia Pérez Cruz y sobre todo Rosalía, llamó la atención de Carmo Cruz, mánager de Lina, quien decidió contratarle y proponerle que hiciese una renovación con el fado similar a la que había logrado con el flamenco.
Tras quedar fascinado al escuchar a Lina cantando en Lisboa, se pusieron a trabajar juntos y decidió eliminar los instrumentos característicos del género –como son la guitarra portuguesa y la viola de fado (instrumento muy similar a la guitarra clásica pero con las seis cuerdas de acero)– y arropar la voz de Lina con teclados en lugar de con cuerdas. Para ello utilizará desde el piano acústico hasta toda clase de teclados analógicos clásicos: Moogs, Fender Rhodes, Oberheims… Y el resultado de este experimento fue precisamente lo que pudimos degustar en el Jazzaldia la tarde del miércoles.
Con una puesta en escena sobria pero a la vez cuidadísima y muy elegante, el dúo reinterpretó una serie de clásicos de la reina del fado, Amália Rodrigues, a modo de homenaje aprovechando que este año se cumple el centenario de su nacimiento. Así, sonaron ‘Medo’, ‘Gaivota’, ‘Santa Luzía’, ‘Maldição’, ‘Quando eu era pequenina’, ‘Fado menor’, ‘Foi Deus’, ‘Destino’, ‘Barco negro’, ‘Cuidei que tinha morrido’ y ‘Ave Maria Fadista’, prácticamente sin solución de continuidad y sin ofrecer ningún bis.
Para ser sinceros, no puede decirse que Refree sea un gran virtuoso del piano. Sin embargo, sí que es un auténtico maestro de la tímbrica y un gran experto creando ambientes. Y esto, sumado a la calidez de la voz y la profunda emoción que transmite Lina cuando canta, hace que el resultado sea una verdadera delicia. Una muy grata sorpresa.