La experiencia reiniciada
Sobre las maravillosas e imprevisibles consecuencias de los fallos técnicos
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Nota aclaratoria, solo para poner en contexto: en los festivales internacionales de cine la práctica totalidad de películas se proyecta en versión original subtitulada. Hasta aquí, todo bien; todo fácil. Lo que pasa es que al certamen de turno le interesa mantener el complicado equilibrio consistente en atraer a la prensa internacional… sin dejar de mimar al público local. ¿Cómo se traduce esto en las salas de cine? Con un sistema de doble subtitulado, claro, que mantenga el inglés siempre en pantalla, por aquello de que no nos olvidemos del orden mundial.
O sea, que si estamos en Venecia y estamos viendo una película alemana, podremos leer subtítulos tanto en la lengua de Dante como en la de Shakespeare. Dicho esto… mis momentos preferidos en cualquier festival cinematográfico acostumbran a venir ofrecidos por las ‘cosas del directo’, por esos imprevistos que inevitablemente acaban manifestándose, de algún modo u otro, en esos gigantescos engranajes de los que, por supuesto, Zinemaldia es uno de sus más distinguidos miembros.
Lo que pasa es que estas celebraciones, más aún en la liga (de campeones) por la que ahora nos movemos, han tomado una magnitud en la que es prácticamente imposible tener un control absoluto sobre todas sus piezas. Tarde o temprano algo fallará, casi seguro. Y en efecto: en la sesión más temida y deseada de todas, el pase de prensa de tarde en el Teatro Principal (en este escenario espero ahondar en otra crónica), se produce el chispazo mágico.
Cuando no debemos llevar ni veinte minutos de proyección (nada, apenas un suspiro), empiezan a fallar los subtítulos. ¿Pero cuáles? Solo los ingleses. Al principio, nadie parece reparar en ello, pero las protagonistas de la película se empeñan en seguir con su verborrea, y claro, llegamos al punto en que todo esto se vuelve insostenible. De repente, se callan sus voces y la imagen queda congelada. Ahora sí, se activa ese maravilloso rumor generalizado del Teatro Principal (a todo esto, unos desalmados empiezan a frotarse las manos).
Apenas disponiendo de unos pocos segundos para tratar de comprender qué demonios está pasando, aparece el encargado de la sala para tratar de calmar los ánimos. «Estamos teniendo problemas con los subtítulos en inglés», vale, gracias, «Estamos trabajando en ello…», ojo, peligro, «cuando lo hayamos resuelto, vamos a reiniciar la proyección». Y aquí, ahora sí que sí, es cuando el Teatro Principal estalla en todo su esplendor. Los desalmados ya han agarrado muy fuerte su lira, y danzan alrededor de la hoguera que se ha montado.
El encargado, que es listo y sabe que cualquier intento de diálogo es fútil, suelta la bomba y abandona el barco, antes de que este se hunda del todo. Hay quien ha estallado en una risa nerviosa incontenible, hay quien solo es capaz de berrear, hay quien logra articular frases mínimamente complejas: «¡No nos pueden hacer esto!», exclama «¡Después no vamos a llegar a la siguiente película!». Ah… la vida festivalera, ese maratón taquicárdico; esa tiránica carrera de obstáculos, incluso en un año de impasse, como 2020.
Mientras, en el micro-cosmos conformado por las butacas que me rodean, alguien prefiere desfogarse en voz baja: «Total, por lo que estaban diciendo…»; otro va más allá: «Pero si en esta edición apenas ha venido prensa internacional»; otro, el más listo de la clase, se mantiene imperturbable ante dicho caos, pues nada le saca de la profunda siesta en la que se había sumergido, incluso antes de que empezara la proyección maldita. De esta última clase de acreditados, por cierto, también intentaré hablar más a fondo en otra pieza, bien lo merecen.
A todo esto, se ha cumplido la amenaza del encargado, y tenemos que volver a ver estos 20 minutos iniciales que, en esta nueva ronda, ya no pasan tan rápido. Pero lo importante es que al menos ya se ha resuelto el problema, que todo el mundo puede disfrutar de la proyección… Hasta que pasada la hora de metraje (es decir, cuando hemos superado el punto de no retorno), los malditos subtítulos ingleses vuelven a amenazar con dejarnos colgados. El resto de sesión se vive con una tensión, con un miedo en el cuerpo… que confirman que la película es lo de menos, que la experiencia festivalera (defectuosa y maravillosa a partes iguales) es la auténtica protagonista.