Zalgiris Kaunas, la revolución en la era «post Jasikevicius»
Con el joven austríaco Martin Schiller en los banquillos y la explosión de Rokas Jokubaitis a sus casi 20 años han revitalizado un proyecto que ha hecho saltar las costuras hasta entre sus aficionados, a pesar de sumar ante Valencia Basket su primer tropiezo.
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En esta Euroliga de la covid-19, nadie sabe cómo se va a poder desarrollar la competición, ni siquiera si Jordi Bertomeu se va a ver obligado a cancelar la campaña o, como mínimo, aislar a los equipos en «burbujas» para poder sacar la campaña 2020/21 adelante. Todo es incertidumbre entre los clubes, en la propia competición y en los protagonistas de los partidos, que no son sino los jugadores que, si la salud se lo permite, hacen lo que buenamente pueden en un contexto complicado a más no poder.
Y a todo ello hay que sumarse que los equipos no suelen «resetear» al final de la última temporada y que empiezan de cero la nueva, como si el pasado se hubiera borrado de un plumazo. La historia pesa, los resultados pesan y el nombre de los clubes pesa a veces como si fuesen piezas megalíticas. En ese contexto, lo que está viviendo el Zalgiris Kaunas es una sorpresa en toda regla; sorpresa que, si se alarga en el tiempo –el que la covid-19 le deje– con más victorias que las cuatro que ha firmado hasta la fecha, habrá que empezar catalogándola de revolución.
Empezando por el entrenador. Ya no está Sarunas Jasikevicius, pero el mundo no ha dejado de girar, que se sepa. «Saras» llegó para sustituir a Gintaras Krapikas en un Zalgiris languideciente en la campaña 2015/16 y durante su estancia al frente del equipo de Kaunas, el cuadro lituano ha conseguido meterse hasta en una Final Four, amén de convertirse en uno de los equipos más llamativos y atractivos, descubriendo en el ínterin a jugadores extranjeros como Brock Motum, Leo Westermann, Kevin Pangos, Brandon Davis, Vasilije Micic,Axel Toupane, Aaron White, Beno Udrih, Thomas Walkup y Jeffrey Lauvergne, y dando cancha a jugadores locales como los veteranos Javtokas, Jankunas –el eterno capitán–, Milaknis, Edgaras Ulanovas, Grigonis –después de formarse como jugador de basket en Huesca, Manresa y Tenerife–, Lekavicius, y su penúltima perla: Rokas Jokubaitis, auténtica sensación de este Zalgiris, aun cuando todavía no ha cumplido los 20 años.

Pero hablábamos de su entrenador. El ¡austríaco! Martin Schiller ha sido el elegido de sustituir a Jasikevicius, en un contrato por dos temporadas anunciado a bombo y platillo en la web del equipo de Kaunas por el presidente del club, Paulius Motiejunas. «Martin es todavía joven –38 años–, pero ya ha acumulado bastante conocimiento. Su visión se adapta a los valores de nuestro club. Mientras hablamos con el entrenador, vimos lo ambicioso que es y nuestra visión del trabajo completamente conectada. Creemos que con este entrenador podemos seguir creciendo como organización», recalcó el presidente para anunciar la llegada de este técnico extranjero.
Llamarlo extranjero es casi una ofensa, porque el concepto de «orgullo lituano» no solo es una muletilla periodística. Si los hermanos Lavrinovic han tenido históricamente la reprobación de buena parte de su afición no fue por su turbulento pasado carcelario, sino por sus raíces «extranjeras» provenientes de Polonia. Así las cosas, pasar de toda una institución como Jasikevicius a Martin Schiller, entrenador jefe de Salt Lake City Stars en la NBA G-League, y nombrado entrenador del año la pasada temporada, ha levantado ampollas.
Y más tras el mes de septiembre que ha pasado el equipo de Kaunas, con la gota que colmaba el paso al caer por 72-61 ante el Liektabelis, más la grave lesión de rodilla del pobre Patricio Garino, con recaída incluida, llamado a priori a ser una de las estrellas de este nuevo Zalgiris y que apenas ha podido debutar. Más de uno ha pedido la cabeza de Schiller en bandeja de plata, por mucho que su juventud y su fama de ser un buen «desarrollador de jóvenes talentos» le hubieran abierto las puertas del club un par de meses antes.
Arturas Milaknis, uno de los pesos pesados del vestuario, debió salir al paso de las críticas de aficionados y de medios, rogando «paciencia» para «acostumbrar al equipo a la nueva atmósfera» luego de que el entrenador y los principales jugadores del conjunto de Kaunas se hubieran reunido en conciliábulos para rebajar las pulsaciones, aclarar ideas y volver a empezar casi desde cero
El peso de la camiseta
La cuestión es que Zalgiris Kaunas es un histórico del basket europeo, una de las cunas del baloncesto en el Viejo continente, siendo Kaunas su epicentro por mucho que Vilna sea la capital administrativa. Si el CSKA de Moscú era «el equipo del régimen» en la época de la URSS, Zalgiris Kaunas, con el beneplácito de las propias autoridades soviéticas, era «el equipo de Lituania» con todas las de la ley. Lo es y lo será por los siglos de los siglos, por mucho que el Neotunas Klaipeda o Lietuvos Rytas de cuando en cuando den alguna campanada sonora.
Las finales de la Liga Soviética de los años 80, con el mítico Vladas Garastas en el banquillo –entrenador de la URSS en el Mundial de 1990, siendo el único lituano de aquella selección ya sin lituanos– y sobre el parqué Sabonis –antes y durante sus graves lesiones–, Homicius, Civilis –malogrado por el alcohol, como bien se puede leer en la incompleta obra de Juan Carlos Gallego «Crónicas Lituanas»–, Krapikas, el capitán Jovaisa, Masalskis o Rimas Kurtinaitis –el actual entrenador del Khimki es un caso raro, ya que primero triunfó en el CSKA de Moscú (rescatado por «El Zorro Plateado» Gomelski de un alcoholismo casi profético) antes de regresar a Lituania y, con mucho esfuerzo, acabar triunfando en Kaunas–, más la finalísima de la Copa de Europa de 1986 contra la Cibona de Zagreb –la de la agresión de Sabonis a Mihovil Nakic, que acabó con las pòsibilidades del cuadro báltico ante el equipo de los hermanos Petrovic– dejaron en la retina de los espectadores «occidentales» un conjunto lleno de tiradores, sin un base claro pero con una multidirección muy moderna para los estándares del basket ochentero, así como el uso de Civilis –y su icónica barba de leñador– como «cuatro abierto», o al propio Sabonis como «base-pívot», capaz de dar la mejor asistencia desde sus más de 220 centímetros de altitud sito en el poste alto, meter un triple como quien apaga la luz o, llegado el caso, percutir en el poste bajo con todas sus fuerzas –desde sus duelos con Vladimir Tkachenko a la admiración que despertó en su momento en David Robinson y el mismísimo Shaquille O'Neal, «el Príncipe del Báltico» no dejó indiferente a nadie–.
La ausencia de dinero y vivir más del peso de la camiseta han sido dos de los grandes pecados de Zalgiris que siempre ha vivido entre dos aguas: entre el dominio con mano de hierro en su amada Lituania, con un Zalgirio Arena que, hasta la crisis de la covid-19, salía a «sold out» por partido, con el hecho de no ser nadie, o casi nadie, a nivel europeo.
Pero solo un equipo así podía traer a la Europa del «basket control» –58.44, resultado de la final de la Euroliga de 1998, de la Kinder de Bolonia ante el AEK de Atenas– el chispazo cegador aquel de 1999, el año en el que el Zalgiris entrenado por Jonas Kazlauskas, y con los «hermanos» –en realidad, no– Zukauskas, Stombergas, Maciulis, Adomaitis y sobre todo, el «enano» Tyus Edney. Un chispazo que salvó el basket europeo del tedio irremediable.
Desde entonces, Zalgiris Kaunas es siempre una amenaza latente. Entre la euforia y la depresión de sus incondicionales, el equipo verde por antonomasia junto con el PAO siempre parte desde la segunda línea del mercado europeo, buscando otros mercados alternativos, otro juego que enganche con su visceral afición y a quien no le importa vender a buena parte de sus estrellas porque sabe tiene caladeros locales y secundarios a nivel europeo para armar equipos competitivos en las distancias cortas.
Nombres y juego
En la cancha, las nuevas caras de este Zalgiris representan una mezcla de jugadores de la Euroliga y de promesas listas para mostrar lo que pueden hacer en el gran escenario. Los grandes hombres Augustine Rubit y Joffrey Lauvergne fortifican la primera línea de Zalgiris, donde el campeón lituanoha añadido un gran talento en el adolescente Marek Blazevic. El alero Patricio Garino es otro de los fichajes más preciados, a ver si por fin deja atrás sus malditas lesiones. El novato de la Euroliga Steve Vasturia –conocido por estos pagos por su año en Palencia en la LEB Oro, en la campaña de retorno a la Liga ACB de Bilbao Basket– conforman las tres partes de la hacienda de un Thomas Schiller que, con todo, ha hallado lo mejor en casa.
¿Qué mejor que un extranjero sepa apreciar el talento local para hinchar de orgullo el pecho patrio? Lo primero es reivindicar a Jokubaitis, desde que en el primer partido de esta Euroliga fuera el líder de Zalgiris para ganar a Olympiacos a domicilio en un final de infarto. Zurdo cerrado y base que no parte del puesto de base, hay quien sueña con haber descubierto al nuevo Sarunas Marciulionis. No, el ex de los Golden State Warriors noventero y oro en Seul 1988 tenía una explosividad que Jokubaitis no tiene y difícilmente tendrá. Ahora bien, su entendimiento y visión de juego, más el temple que viene mostrando sobre la cancha –en cumpkirá los 20 años en noviembre– ha hecho que Schiller le haya dado las llaves de su equipo junto con Grigonis y Lekavicius.
¡Lekavicius! Sí, el mismo Lukas «Skywalker» como lo bautizara Rick Pitino en el Panathinaikos, que con su alocada verticalidad refresca el juego de Zalgiris cuando este se atasca. No es Lekavicius un base en el que confiar durante los 40 minutos, pero sí en minutos de atasco, siendo capaz de levantar al público de sus asientos, de esperanza o desesperación.

El otro miembro de esta «santñisima trinidad» es Marius Grigonis, al que sus dotes de líder y frialdad para clavar los tiros de máxima tensión ha hecho que se le haya comparado con el «abuelo» Jovaisa. Igual que Jokubaitis, tampoco es base puro, pero Schiller tampoco duda en darle el balón para que ejerza su creatividad basada en el tiro de media y larga distancia y una serie de fintas de penetracio´n, pase y tiro capaz de hacer huecos donde no los hay.
Asimismo, el juego de Zalgiris no es el mismo que el que practicaba con Jasikevicius. El bloqueo directo central es un poco menos importante que para «Saras» para inicial las jugadas, al tiempo que ocupar las esquinas para el triple, la penetración y el pase extra es sello en el juego lituano en este inicio de la Euroliga, dando muchos minutos a los jóvenes, mientras que los veteranos como puede ser el capitán jankunas, ofrecen el saber estar y los recursos de un equipo que sigue adelante en su permanente metamorfosis, sin dejar de ser él mismo, dispuesto siempre a revolucionar la Euroliga.
Ánimos en la derrota
Que no se diga que este reportaje se escribe desde el ventajismo del resultado, ya que este jueves Zalgiris Kaunas ha sufrido su primera primera derrota de esta Euroliga 2020/21: 82-94 frente a un Valencia Basket que lo ha bordado en la segunda mitad. Atrás han quedado las victorias ante Olympiacos, Khimki y Estrella Roja a domicilio, y la alcanzada ante Anadolu Efes en el Zalgirio Arena.
Después de alcanzar el descanso con 45-37, en un show anotador de los de Schiller con 9 de 16 en triples, los taronja han reaccionado con un tercer cuarto para enmarcar, con un parcial de 12-30 que ha dado la vuelta al marcador y al partido.
Los locales, ante 5.131 espectadores que han poblado el Zalgirio Arena –el primer anillo, con ninguna distancia social pese a las mascarillas–, se han venido abajo en su acierto triplista, con solo un 2 de 12 tras el descanso, mientras que Valencia Basket, pese a no tener a Hermansson, han sabido cómo atacar a los lituanos, con las hordas balcánicas formadas por Dubljevic, Kalinic, Marinkovic y Prepelic pasando por encima de Zalgiris. Asimismo, los de Jaume Ponsarnau han afinado en su defensa, con Guillem Vives, Labeyrie y Mike Tobey controlando los últimos estertores de un Zalgiris, que, pese a la derrota, jamás se ha dejado ir y solo ha cedido ante los 57 puntos que los taronja han clavado en la segunda mitad.