Orgullo heterogéneo
De vuelta a la Sección Oficial de Punto de Vista, queda claro que el Festival de Cine Documental de Iruñea sigue reivindicando la polivalencia de dicho formato. La pluralidad casi infinita de una «no-ficción» que nos acerca a otras realidades, a veces, incluso a otras dimensiones. Y no falla: una jornada cualquiera en este certamen implica, sea cual sea el soporte en el que vemos sus películas, sentirse en un festival «muy de verdad».
Más que por el compromiso con los objetos de estudio, por el reto que supone enfrentarse a un mar de propuestas que, bendita incertidumbre, nunca sabemos qué van a sacar de la chistera.
Por ejemplo, en ‘Hacer diagonales con la música’, la normalmente encorsetada fórmula del reportaje dedicado a una celebridad, explota aquí a través de un encomiable ejercicio de coherencia ante la inmaterialidad de la materia tratada. A saber, la protagonista de este peculiar recital es Beatriz Ferreyra, veterana divinidad de la composición electroacústica.
A lo largo de diez minutos, la directora Aura Satz la mira, pero especialmente la escucha. En su compañía, la cámara y los micrófonos se dan cuenta de que cualquier ruido es susceptible de ser estirado, recortado, deformado... hasta acabar creando una música tan incomprensible como atrayente.
Renunciando a las tomas generales, Satz se apoya en planos cortos para retratar las labores manuales que dan forma a una obra intangible. La proximidad en el punto de vista construye confianza con la artista, y al mismo tiempo, admite la imposibilidad de captar, en toda su magnitud, unos sonidos que disfrutan dinamitando la lógica impuesta por el pentagrama.
Mientas, en las antípodas (geográficas y conceptuales) aparece Mouaad el Salem para emitir, desde Túnez, un grito de socorro... pero también de rabia y, por qué no, de orgullosa celebración de la vida.
La carga política de su ‘This Day Won’t Last’ viene servida por la realidad represiva que la comunidad LGBT vive en dicho país, donde todavía pesa, como una losa, una legislación heredada de la barbarie colonialista. Tomando lo colectivo como inevitable punto de partida, el director escribe un diario intimista que cristaliza en unas imágenes digitales tan precarias como, de hecho, lo es su propia condición en una patria que se niega a mirarle a la cara.
En esta vibrante colección de vivencias flota un insoportable sentimiento de soledad, de falta de complicidad (por parte de la familia, de los amigos, de la gente en la calle), pero al mismo tiempo, se impone el deseo ferviente de aguantar, de dejar de esconderse, de salir... no solo para rebelarse, sino también como emocionante acto de reivindicación de la dignidad humana.
Por último, en ‘Big Happiness’, Da Hee Kim y Matthew Koshmrl tienden puentes entre el presente y el pasado; entre Estados Unidos y Corea del Sur, a razón de las idas y venidas en los flujos de las adopciones. Dos entrevistas (con gente que se iba y gente que recibía) articulan una potente reflexión no tanto sobre la fundación de una familia como proceso per se, sino más bien sobre la escalofriante frivolidad con la que este puede llevarse a cabo.