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Los límites de la memoria

Fotograma de ‘Las leyes de la frontera’. (ZINEMALDIA)

La nueva película de Daniel Monzón empieza en un espacio que se podría decir que ya no existe, o que al menos ya no cumple las funciones con las que originalmente fue concebido. En La Model, esa escalofriante prisión situada en el corazón de Barcelona, un hombre va a ver a otro que cumple condena ahí. En un tiempo muerto de espera, le pasa lo que a otros muchos: la mente se le va. Se escapa hacia otros tiempos, hacia lugares que, para redondear la jugada, también han dejado de existir.

Entramos así en un mega-flashback que se alargará durante más de dos horas. Con estas grandes dimensiones juega ‘Las leyes de la frontera’, una producción que, la igual que la novela homónima de Javier Cercas que adapta, tiene la ambición de erigirse en testigo privilegiado de una época y de unas gentes que ya no están. Lo hace, esto sí, desde la cercanía de un punto de vista que nunca puede perder ni la escala ni las proporciones humanas. Esto es, al fin y al cabo, una historia de crecimiento personal, un «coming of age», como dirían los americanos que pagan las facturas (pues esta es una película que llega con el sello de la major Warner Bros, entre otros).

De lo que se trata aquí es de acompañar un tal Ignacio Cañas (apodado ‘Gafitas’), un estudiante de 17 años que deberá afrontar la siempre conflictiva entrada en la edad adulta, en el contexto de la convulsa Transición española. Ahora estamos en Girona, la televisión nos muestra imágenes en blanco y negro de Adolfo Suárez en el Congreso de los Diputados, y mucho antes de que internet haya convertido las letras de La grifa en un meme más, la juventud adopta el «Yo vengo de la isla, de la isla de Japón, de fumarme cuatro porros que mi novia me invitó» como genuino grito de guerra, en pos de la rebeldía y la desinhibición que siempre pide esa etapa vital crucial.

Total, que el camino hacia la madurez se va completando cayendo paradójicamente en los placeres de la inmadurez. Una y otra vez. Daniel Monzón se suma al homenaje al pasado desaparecido a partir de esos rituales iniciáticos que perviven, por los siglos de los siglos. La primera calada, el primer beso, la primera borrachera, el primer polvo, el primer ajuste de cuentas con los abusones del instituto… Tan universal como, por qué no decirlo, tópico. Esto es, al fin y al cabo, un producto destinado al consumo masivo del gran público: no ha venido aquí a inventar nada, sino más bien a reafirmarnos en las filias con las que ya entrábamos en la sala de cine.

En este sentido, ‘Las leyes de la frontera’ es un muy cumplidor itinerario por las que podrían denominarse como las –entretenidas– zonas de confort de ese cine a caballo entre el fresco nostálgico y el thriller criminal. Añadamos a la colección de primeras veces, la del primer hurto, o ya puestos, la del primer atraco a mano armada. El bueno de ‘Gafitas’ conoce a Tere y a Zarco, dos malas influencias de manual; sendas invitaciones (de un magnetismo irresistible) a esos barrios y a esa vida que son la pesadilla de todos los padres y madres (de las clases mínimamente acomodadas, se entiende).

El despertar de la sexualidad (catalizado por la despampanante e intimidatoria presencia de Begoña Vargas) va acompañado por ese cuestionamiento violento a la autoridad de los adultos que pregona la voz rasgada, las frases pasotas y el encanto canalla de Chechu Salgado. O sea, que tenemos a un demonio posado en cada hombro del angelical Marcos Ruiz, quien está a punto de descubrir que el «mal camino» en realidad es el más divertido. Y el más adictivo, ni falta hace decirlo. Daniel Monzón, al igual que esas amistades peligrosas, no está aquí para cuestionar la lógica, sino para alimentarla.

Lo hace siguiendo el manual de estilo de esas romantizaciones made in Hollywood de la vida criminal. Para entendernos, estamos más cerca del sentido lúdico de los relatos de gángsters de Martin Scorsese (ahí está el hilo narrativo musicalizado con una pegadiza lista de reproducción de greatest hits de los 70 y 80) que no de la sordidez desgarradora del cine quinqui de, por ejemplo, Eloy de la Iglesia. La suciedad y fortísimo olor a realidad de hitos como ‘El pico’ o ‘Navajeros’ se cambian aquí por la espectacularidad digital de escenas de acción y los valores de (súper-)producción que reivindican el pasado como una colección de ropa, poses y actitudes cool.

‘Las leyes de la frontera’ transita, durante sus más de dos horas de metraje, por la fina línea que separa la añoranza por quiénes fuimos, de la frivolización típica del cine más dado al puro y mero entretenimiento. La buena noticia, la mejor, es que Monzón cumple en ambos territorios; la no-tan-buena es que no consigue destacar en ninguno de ellos. He aquí pues un agradable ejercicio de memoria seguramente destinado a caer en el olvido. Crueles ironías de esas películas que tan bien saben aplicar las fórmulas del éxito, que al no salirse de la estela ganadora de los demás, no encuentra la suya propia, y así se confunde (incluso se disuelve) entre recuerdos más y más borrosos.