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Will Smith, la Academia y el bochorno con la mano abierta

Momento en que Will Smith da un sopapo a Chris Rock. (Robyn BECK | AFP)

Al mismo nivel que aquel tropiezo que, hará cinco años, marcó el fin de una gala dominada por ‘La La Land’ y ‘Moonlight’... pero con un sentimiento de vergüenza mucho más insoportable. La Academia de Hollywood obtuvo, de la mano de Will Smith, esa relevancia que tanto ansiaba: un regalo envenenado, de efectos insoportablemente tóxicos.

Visto en perspectiva, todo arrancó mal, y claro, cuando se empieza una carrera al borde del abismo, lo normal es confirmar la debacle a cada paso (mal) andado: llegar a la línea de meta haciendo el ridículo, vaya. Antes del pistoletazo oficial de la gala, cuando las cámaras todavía estaban en la alfombra roja, se anunció por redes sociales los nombres de los premiados en ocho categorías distintas (como Mejor Banda Sonora Original o Mejor Montaje). La intención, o mejor dicho, la obsesión consistía en agilizar el show. A cualquier precio.

Pero claro, cuando te mueve esta desesperación lo normal es atraer malas vibraciones. La última vez que los Óscar llenaron portadas fue por el ridículo que llevó a anunciar, erróneamente, que ‘La La Land’ había ganado el Premio a la Mejor Película (cuando en realidad este sería para ‘Moonlight’). Pues bien, ahora se repitió el cuento, pero con un incidente ya directamente condenable. Síntoma de nuestros tiempos: saltamos a la posteridad mostrando nuestra peor cara. Qué lástima; qué asco.

Una broma de mal gusto tirada por el presentador Chris Rock, unas risas congeladas... el resto, es –lamentable– Historia. Will Smith, pareja de Jada Pinkett (a quien iba dirigido el chiste) saltó al escenario, arreó una bofetada al humorista y volvió a su asiento profiriendo amenazas malsonantes. Demasiado malo para ser cierto: no se trataba de un gag, sino de la instintiva reacción machirúlica de quien entendió que el honor de una mujer debía defenderse cual gorila en celo... y sobre todo, sin la intervención de la mujer en cuestión.

Entre este momento y el –esperado– triunfo del propio Will Smith en calidad de Mejor Actor (por su papel en ‘El método Williams’) pasó un cuarto de hora, tiempo más que suficiente para que se recondujera la situación... o para que se confirmara la terrible tendencia. La Academia optó por el «sigan, sigan», ciñéndose al guion pactado. Y ahí estuvo lo realmente escalofriante del asunto: en el manto de aparente normalidad con el que se pretendió despachar la maldita velada.

Volvió a subir Will Smith al escenario, esta vez con los ojos llorosos. Con lágrimas de felicidad, pero también de arrepentimiento por el lamentable espectáculo ofrecido. No dedicó ni una palabra de disculpas a Chris Rock, por cierto. Y lo que fue peor: las excusas. «El amor por defender a quien quieres, a veces te hace cometer locuras», dijo.

Y aún peor: la reacción de un patio de butacas repleto de estrellas y cineastas de primer nivel, brillantes personalidades hermanadas en el preocupante consenso de que tocaba aplaudir (incluso ovacionar) la lógica del maltratador.

Último agravante: todo esto sucedió justo después de la entrega del Óscar a la Mejor Dirección, concedido a la directora neozelandesa Jane Campion (tercera mujer de la historia en llegar ahí) por ‘El poder del perro’. Una película (y una filmografía) que señala la toxicidad de ciertas masculinidades; que reivindica la belleza y fortaleza de los seres aparentemente más vulnerables. Y a esto se dedicaba a premiar la Academia: a actrices abiertamente queer (Ariane DeBose por ‘West Side Story’); a pequeñas historias rebosantes de calor humano (ahí quedó el sonado triunfo de ‘CODA’, cariñoso acercamiento a la comunidad sordomuda).

Pero todo esto se redujo a la nada; a poco más que pura hipocresía. Al final quedó el tortazo, Will Smith caminando con testosterónico paso de cowboy y, por supuesto, los distinguidos asistentes al Dolby Theatre de Los Angeles, aprobándolo todo. A esto se han visto relegados los Óscars supuestamente más inclusivos: a un estallido de machismo sin sentido, pero claramente consentido. Como faro moral, ya se ve, a Hollywood le faltan luces. Es un fraude.