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Ofensiva social para frenar la turistificación en Catalunya

Tras un año desarrollando acciones puntuales, el movimiento por el decrecimiento turístico se erige como principal altavoz de los colectivos más perjudicados por una industria cuyos intereses han agravado las desigualdades en las grandes ciudades catalanas.

Movilización realizada el pasado 15 de junio en Barcelona por el decrecimiento turístico. (ABDT)

El pasado 15 de junio, miles de personas recorrieron el centro de Barcelona para denunciar los impactos que genera el actual modelo turístico.

Durante la marcha, los participantes se detuvieron frente a hoteles de lujo, agencias inmobiliarias, hasta agruparse en la avenida Gaudí, desde la cual se divisa el templo de la Sagrada Familia. Un icono turístico cuya atracción ha llevado a un encarecimiento de la vivienda y la consiguiente expulsión de los vecinos con las rentas más bajas.

Pero no solo eso; también ha propiciado la proliferación de restaurantes franquicias que arrasan con el comercio local y la ocupación del espacio público con terrazas que impiden el paseo y el descanso vecinal.

La Sagrada Familia es la punta del iceberg de un fenómeno que altera la vida de la capital catalana y el conjunto del área metropolitana. Así lo denuncia el manifiesto que presentó la Assamblea de Barris pel Decreixement Turístic (ABDT).

El texto, respaldado por un centenar de organizaciones sociales, ecologistas y sindicales, advierte que el monocultivo turístico, lejos de llevar riqueza, genera una mayor precariedad laboral (según datos del mismo Ayuntamiento, los empleados en hostelería y restauración cobran la mitad de la media salarial), aparte de un aumento de la contaminación por el uso de aviones y cruceros y una presión sobre el conjunto de los servicios públicos (transporte, sanidad, limpieza, seguridad…).

«La dependencia del sector turístico supone un ataque al derecho de la ciudadanía a disponer de un entorno en el que relacionarse, provocando una pérdida de su identidad colectiva», añade el manifiesto, que muestra su indignación por episodios que han acrecentado esta problemática en el último año.

Entre otros, la Copa América de Vela, cuya celebración limitó el acceso al Port Vell; el desfile de la marca de ropa Louis Vuitton en el Park Güell, que obligó a los vecinos a transitar por otras áreas del barrio, o la exhibición de la Fórmula 1 en el centro de la ciudad, que parceló una amplia zona e incrementó la combustión ambiental.

«Todos estos acontecimientos se presentaron con el argumento de contentar a los vecinos cuando, en realidad, los convirtieron en un objeto de consumo sin reducir la saturación», resalta la plataforma.

Vinculada a esta dinámica se enmarca la apuesta del actual gobierno de la Generalitat por construir el macrocomplejo de ocio Hard Rock en la provincia de Tarragona, la remodelación del Puerto de Barcelona para cobijar más cruceros o la ampliación del Aeropuerto del Prat, que, de hacerse realidad, arrasaría con una reserva natural de gran valor paisajístico y multiplicaría la llegada de visitantes (el proyecto, avalado por el Ejecutivo socialista y celebrado por los principales actores económicos, prevé pasar de 55 a 70 millones de pasajeros anuales).

Todo ello, según los expertos, supondría una nueva subida de los precios en el mercado inmobiliario, un ámbito dónde los fondos de inversión también buscan hacer negocio.

De hecho, un reciente informe del Sindicato de Inquilinos señala que la turistificación ha disparado el número de familias que son expulsadas de la ciudad una vez sus viviendas pasan a convertirse en hoteles o pisos turísticos, mientras que, en los barrios con mayor afluencia de visitantes, los alquileres ya sobrepasan de media los 1.200 euros al mes.

Una problemática de la cual –asegura la ADHT– toda la población quedará expuesta tarde o temprano, «aunque en el caso de las mujeres, las personas migrantes y el resto de colectivos más vulnerables, la situación es dramática».

De Canarias a Vallcarca: respuesta global

La movilización del 15 de junio viene a canalizar un malestar que irrumpe tras la pandemia, cuando el sector turístico recuperó su actividad hasta colapsar de visitantes el sur de Europa.

«En ese momento tuvieron lugar las primeras protestas en las Islas Canarias, arrastrando a Palma de Mallorca, Girona, Donostia, Eivissa, Córdoba, Génova, Lisboa y otros territorios ha convocar sus propias manifestaciones», señalan desde la Assamblea de Barris pel Decreixement Turístic.

Dicha plataforma, surgida en 2015, marca hoy la agenda y las demandas que el movimiento plantea a la Administración catalana, algunas de las cuales ya han sido asumidas gracias a sus campañas en la calle.

En Barcelona, por ejemplo, ha logrado que el Consistorio adopte un Plan de Alojamientos Turísticos (PEUAT) y restrinja los alquileres de temporada, mientras presiona para obtener otras de mayor calado, como poner límites al alquiler tomando de referencia la capacidad adquisitiva de las familias, exigir que estos contratos sean indefinidos y, en otro plano, desmantelar el consorcio Turisme de Barcelona para transformarlo en una agencia pública destinada a la reducción del sector.

Fruto de estas conquistas, la ABDT se ha erigido en el paraguas en el cual se van agolpando desde asociaciones ecologistas, sindicatos de inquilinos, grupos de inmigrantes y decenas de entidades para las cuales la única salida a los perjuicios del actual modelo turístico-gentrificador es el decrecimiento.

Un horizonte para el cual ven imprescindible andar hacia un nuevo modelo productivo basado en una economía diversificada y sostenible; pero también «ganar la batalla cultural con el fin de acabar con la fetichización del turismo como la gran panacea del deseo», poniendo en valor otras vías menos agresivas para descansar y cuidarnos.

 

 

«EL TURISMO SE HA CONVERTIDO EN UNA HERRAMIENTA COLONIAL»

Daniel Pardo, Assemblea d'habitatge del Gòtic

En opinión de Daniel Pardo, miembro de la Assemblea d'habitatge del Gòtic, colectivo adherido a la Confederació Sindical d'Habitatge de Catalunya (CSHC), el actual ciclo de protestas es una oportunidad para impugnar el modelo productivo vigente . Apuesta por sentar las bases de una nueva economía más diversificada, ecológica y de proximidad.

En las marchas de julio de 2024 escogieron el lema «Pongamos límite al turismo», este año han adoptado el de «Decrecimiento turístico, ya». ¿A qué es debido?

Antes había colectivos que no tenían el decrecimiento en el centro de su discurso. De igual manera que, para evitar el mantra de la masificación turística, ahora también subrayamos la necesidad de combatir la turistificación, cuya responsable es la industria del sector con la complicidad de la administración.

¿Cómo es posible atajar esa dinámica?

De momento, hemos planteado varias medidas para paliar sus efectos, entre las cuales incluimos reducir la promoción turística y las excepciones y beneficios fiscales que la administración otorga a las grandes operadoras.

Políticas que, si lográramos que se repliquen en el sector inmobiliario o en las grandes infraestructuras, limitarían el saqueo que el capital perpetra allí donde puede.

¿Hoy por hoy, qué se ha logrado en esa línea?

Más allá de conseguir que en varias ciudades reduzcan el número de alojamientos turísticos o prohíban el alquiler de temporada, lo más relevante es el cambio de retórica que las instituciones y el poder económico hacen respecto al turismo.

Ya no recurren a los mensajes de hace años; ahora utilizan adjetivos como sostenible o responsable para intentar blanquear el saqueo y el impacto que supone en todas las esferas de la vida.

¿En qué medida las luchas ecologistas o por la vivienda están bien coordinadas con las del decrecimiento?

Hay que visualizarlo más, pues al capitalismo ocupa todos los sectores donde puede extraer más renta. Lo hace en el sector inmobiliario, adquiriendo viviendas para especular, en los cuidados mediante la gestión privada de residencias u hospitales o con actividades que mercantilizan el espacio público.

Al fin y al cabo, tenemos que trasladar a la ciudadanía que el problema es sistémico y que no hay otra salida que apostar por un nuevo modelo económico.

¿El hecho de que incluso el presidente estadounidense Donald Trump haya llegado a hablar de transformar Gaza en un resort turístico es una muestra de ello?

Pone de relieve que el turismo se ha convertido en una herramienta colonial. Solo hay que ver la complicidad del sector turístico-inmobiliario con la ocupación de Palestina.

Un hecho que no tendría que sorprendernos, pues insisto: el gran capital siempre actúa en los ámbitos donde puede obtener más rendimiento, y lamentablemente, la guerra lo tiene. No hay ni un ápice de moral; es la lógica del capitalismo.