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Nueva prueba de fuego en Siria

Los violentos enfrentamientos intercomunitarios que han arrasado el sur de Siria resultan alarmantes en todos los sentidos. Mientras el país se hunde en un callejón político sin salida, el espejismo de una transición rápida se ha desvanecido.

Un miembro de las fuerzas de seguridad de Siria. (Bakr ALKASEM | AFP)

Hace apenas unas semanas, el enviado especial estadounidense Tom Barrack, de visita en Beirut, presentaba a Siria como un modelo a seguir para Líbano. En una provocación típicamente trumpiana, alertaba sobre un posible regreso del Bilad al-Sham, ese «Gran Levante» bajo dominio sirio que, según él, podría devorar al País de los Cedros si no emprendía profundas reformas.

Desde entonces, la ilusión de estabilización ofrecida –o incluso fantaseada– por Ahmed al-Sharaa se ha derrumbado. Tras el fracaso de las negociaciones para integrar a las Fuerzas Democráticas Sirias (FDS), mayoritariamente kurdas, en el Ejército nacional, el secuestro y la tortura de un comerciante druso a manos de hombres vinculados al régimen desencadenó una serie de enfrentamientos entre milicias drusas y tribus beduinas llegadas de todo el país.

El nuevo Gobierno de Damasco, creyendo poder recuperar el control de una región hostil, envió sus tropas. Pero la operación terminó en desastre: mal preparado, con elementos incontrolados entre sus combatientes, que cometieron numerosas masacres, el Ejército sirio tuvo que retirarse bajo el fuego de la aviación israelí, que pretendía imponer por la fuerza de las bombas sus líneas rojas y decidir unilateralmente el destino del sur sirio.

Terror y recomposición drusa

Sin embargo, este ciclo, que siguió a las masacres de alauitas en marzo y a las de decenas de drusos en abril, reavivó viejos resentimientos en el sur de Siria. Los beduinos, sedentarizados en gran parte hoy en día, mantienen desde hace décadas relaciones tensas con los drusos. A estos antagonismos históricos se les suma la espinosa cuestión de la autonomía militar reclamada por la minoría drusa, un tema que no solo le enemista con Damasco, sino que también ha alimentado fricciones con las tribus árabes y hasta dentro de la propia comunidad.

Ya antes del estallido de la crisis, la comunidad drusa estaba lejos de ser un bloque unido. El jeque Hikmat al-Hijri, influyente líder espiritual, se apoyaba en el Consejo Militar de Sueida (CMS), que agrupa a más de 160 facciones, para rechazar cualquier desarme druso. En cambio, las Fuerzas Sheikh al-Karama de Laith al-Balous mantenían vínculos con Damasco.

Pero cuando las tribus beduinas, apoyadas por elementos gubernamentales, lanzaron una ofensiva contra Sueida, la comunidad se sintió colectivamente amenazada. Así, incluso los hombres de Al-Al-Balous se unieron a las filas de Al-Hijri, denunciando a las tribus como «terroristas» y al Gobierno como «cómplice». En pocos días, las divisiones internas se desvanecieron: la comunidad aparece ahora unida, decidida a garantizar por sí misma su seguridad.

Debilitado dentro de sus propias filas y atrapado entre intereses extranjeros divergentes, Al-Sharaa navega a la deriva

«Miembros de mi familia fueron detenidos por las fuerzas de Damasco, obligados a arrodillarse, golpeados, tratados de traidores... incluso personas mayores. Muchas casas fueron saqueadas», relata una habitante de Sueida, contactada por teléfono. «Nunca confiamos en las fuerzas del nuevo Gobierno, pero ahora la situación es irreversible. Nos masacrarán a la primera oportunidad», añade.

Al-Sharaa, acorralado

Jamás Ahmed al-Sharah había estado tan aislado. Acorralado tras la fallida intervención, se vio obligado a ceder ante las presiones israelíes: después de bombardear a sus tropas en Sueida, la aviación del Estado judío ejecutó una serie de bombardeos sobre Damasco. Esta agresión, llevada a cabo en total violación del derecho internacional y de la soberanía siria, ilustraba una vez más la manera en la que Israel impone sus prioridades estratégicas en la región sin preocupación alguna por los desequilibrios locales.

Unida contra Damasco, la comunidad drusa sigue, sin embargo, dividida ante estas injerencias externas. Si bien el jeque Al-Hijri multiplicó los llamamientos a una protección internacional, interpretados por algunos como un visto bueno a Israel, otros denuncian las ambiciones del Estado judío. «La entidad sionista ocupa el Golán desde 1967 y ahora echa raíces en Siria. El Ejército israelí es una amenaza, no un apoyo», afirma un habitante de Sueida.

Queda claro que el presidente Al-Sharaa, incapaz de controlar a sus propias tropas, está contra las cuerdas frente a Israel. Durante décadas, los opositores suníes acusaron a Hafez al-Assad –funfador de la dinastía que lleva su nombre, hoy derrocada– de haber «abandonado el Golán» en 1967. Hoy esas mismas redes, integradas en parte en el dispositivo de Al-Sharaa, digieren mal lo que consideran una humillación: un presidente obligado a ceder sin siquiera mencionar los territorios ocupados. Una realidad que debilitó aún más su autoridad, mientras las familias beduinas cercanas al poder, tras el fin de los combates, fueron discretamente evacuadas de Sueida en un traslado poblacional orquestado directamente por el propio Gobierno.

Debilitado dentro de sus propias filas y atrapado entre intereses extranjeros divergentes, Al-Sharaa navega a la deriva. «Está atrapado. En el expediente sirio, el dúo israelo-estadounidense se resquebraja: mientras la Administración Trump quiere desarmar a todas las facciones y unir el país bajo una sola bandera, los israelíes juegan la carta de la partición y planean imponerla por la fuerza. Lo que está ocurriendo tendrá graves repercusiones en todos los frentes, especialmente en el kurdo. El acuerdo tan esperado entre el nuevo Gobierno y las FDS parece ahora imposible, reforzado por las exacciones del poder contra las minorías», concluye una fuente diplomática destinada en Oriente Próximo.