«De las emociones, no me olvido de nada. De los datos, de todo»
Asier Etxeandia es uno de esos actores y showman que si se embarcan en algo, lo hacen de verdad, desde las tripas. Nadie sale frío de un espectáculo de Mastodonte, donde forma dupla con el músico Enrico Barbaro. Esta semana (viernes 5 y sábado 6) presentan ‘Mastodophica’, en el Euskalduna.
Quien haya participado –no hablamos de ver, sino de participar como público– en alguno de los espectáculos de Mastodonte, sabe de lo que hablamos. Es el espectáculo total, ‘oficiado’ por Asier Etxeandia y el músico napolitano Enrico Barbaro, una propuesta que ha ido ganando fama gracias al boca a boca.
Esta semana se preparan a contrarreloj en el Euskalduna, donde ungirán del ‘espíritu mastodonte’ al Coro San Juan Bautista de Leioa y a Euskadiko Gazte Orkestra (EGO), bajo la dirección de Iker Sánchez Silva. La cita es esta semana (días 5 y 6), con una apuesta que Etxeandia reconoce «es uno de los momentos más importantes de mi vida». Acude a la cita con su perrita. Físico imponente, mirada franca y un anillo de plata que reproduce la cabeza de un mastodonte, animales míticos que «duraron muy poco y murieron de tuberculosis, porque eran unos animales muy pesados, muy robustos, que ocupaban mucho, pero eran muy vulnerables», explica.

«Mastodophika es un viaje mitológico, emocional y sonoro», leemos en el Euskalduna. A mí esto me suena a akelarre.
Hay momentos de akelarre, sí. Pero, sobre todo, lo he basado mucho en la mujer.
También hay algo de la mitología vasca, ¿no?
No es que esté ahí plantada, porque no me gusta subrayar las cosas, pero hay algo en el sonido, en la presencia, en los detalles, en el vestuario, en la elección de las canciones y en todo lo que quieren decir las letras que, juntas, hablan de dónde venimos, para saber a dónde vamos. De qué creencias tenemos y cuáles hemos olvidado y de cuáles nos venían muy bien, mientras otras nos están paralizando y nos colocan en otro sitio de pecado, de juicio, de cosas que no tienen nada que ver con de dónde venimos, porque somos mucho más punkies. Y con la mujer, la tierra... Digamos que es como un viaje, como una especie de ritual.
Solo está programado para dos días, una pena.
¡Pero hay que llenar el Euskalduna con 2.000 personas cada día! En nuestros primeros conciertos el boca boca hacía que los teatros se abarrotaran. Pasó con ‘Mastodonte’, pasó con ‘El Intérprete’... porque es muy difícil vender algo que no sabes cómo catalogarlo. Y eso es lo es que me gusta: que no sepan ponerle nombre.
En ‘Mastodophica’, hay una referencia a este momento global raro en el que estamos, en el que nos hace falta un poco de reflexión, ¿verdad?
Totalmente. De verdad, no es por dárselas una de tal, pero yo creo totalmente en el poder del arte y la cultura para transformar las cabezas. Y si un espectáculo toca realmente, o si una película o algo te hace reflexionar, esto te lleva a otro sitio. Lo que intento es, con pequeñas píldoras y mediante mucha belleza y momentos muy bonitos y conmovedores, que la gente diga: ‘¡Hostia, tío...!’. No me quiero quedar en la superficie, y sí hacer una fiesta, pero quiero conmover.
«De verdad, no es por dárselas una de tal, pero yo creo totalmente en el poder del arte y la cultura para transformar las cabezas»
Está en el Palacio Euskalduna, un lugar con historia. Y en una ciudad, con la que no sé si se ha terminado de reconciliar. No sé si le ha provocado alguna reflexión trabajar en el antiguo astillero.
Es más, hago alguna reflexión con respecto a eso en el espectáculo. Luego, tengo la suerte de que estoy muy bien rodeado: a Guido di Marzio, que es un artista que me está haciendo vídeos, le he pedido que me haga, para una de las canciones que se llama ‘Bilbao’, como una retrospectiva de mi pasado y del pasado de Bilbao: de dónde venimos, qué son las riadas, los gaztetxes, los astilleros, los altos hornos, la ría... todo el mogollón de ese Bilbao que era gris y feo, pero que había un meneo y una cultura brutal.
Estaba más vivo que ahora, con perdón.
¡Estaba mucho más vivo! Ahora está de postín, muy mono, pero a mí me falta el canalleo y la contracultura y aquel ‘todos a una’. Yo vengo de ahí y aunque estamos reconciliados porque el Euskalduna hace una labor importantísima culturalmente, no tenemos que olvidar que hay que dar las gracias a toda esa gente que se quedó sin trabajo. Hay que dar las gracias y honrar, y aunque fue un crecimiento de la ciudad brutal, es cierto que ha habido mucha gente que, para el cambio, ha sufrido. Lo mínimo es, que si canto en el Euskalduna, tenerles en cuenta, aunque sea con las imágenes, para ver de dónde venimos y saber a dónde vamos.
¿Y es también un reencuentro con nuestra cultura? Fue un puntazo aquella versión que grabó con Jon Maia del ‘Nirekin’ (‘Emoixtaxux muxutxuek’), de Gozategi, cantada por ambos, dos hombres. Jon Maia, en una entrevista, dijo además: «Esta es la Euskal Herria que me gusta, de Asier Etxeandia a Xabier Amuriza».
Bueno, yo es que me fui pronto... bueno, pronto no, porque estuve viviendo aquí hasta los 28 años. Me fui porque era imposible trabajar de actor aquí. Y yo llegué allí y me hice un casting, me cogieron a la primera y no paré de currar. Pero aquí, no. Yo aquí era feliz con mi banda de rock and roll, quemando bares, haciéndome de rogar con mis compañeras de teatro de calle, y era feliz porque mis ambiciones no eran petarla. Pero un día me salió un casting, me cogieron y empecé a currar y a currar y me ofrecían cosas maravillosas. Y me veían como la hostia. Y aquí nadie me veía así.
Es más, yo siempre digo que me he tenido que ir fuera para entrar aquí. El síndrome del pueblo se llama. Y eso que amo Bilbao y no tenía intención de irme. Es que soy superbilbaino, me encanta. Yo quiero terminar viviendo en Bilbao, estoy buscando un piso, pero está imposible. Aunque me tuve que ir porque no se me entendía, yo hago bandera de mi casa. Yo soy el vasco por antonomasia.
¿Y lo de cantar en euskara, cómo fue?
Entiendo alguna cosa, pero no soy euskaldun. Yo soy fracaso escolar y el euskara fue para mí una asignatura más dentro de todo el bullying que sufrí. Soy de la generación en la que mis padres tampoco sabían, era todo basado en el principio de lo prohibido, Pero yo, de repente, si elijo hacer canciones en euskara es porque están mi memoria y están en mí.
«He aprendido que ya no lo hago para gustar, lo hago porque es lo que me salva la vida. Es que es lo que hago y yo ya no estoy para que me acepten»
‘Belleza y perdón’, el último espectáculo de Mastodonte, lo estrenaron en Barakaldo en enero pasado colgando el «sold out». Enrico Barbaro y usted se convierten en una especie de predicadores de la verdad sobre el escenario. ¿Necesitamos que, desde el escenario, otro tipo de gente que no sean políticos, nos remuevan las tripas?
Me he dado cuenta de que las letras que suelo escribir casi todas son de autoayuda. Yo las escribo y digo: ‘Joder, ¿qué me está pasando?’. Y luego pienso: ‘Yo no sabía que tenía que enfrentarme a este problema dentro de un año y este era el consejo que necesitaba’. Es algo que yo lo utilizo casi como un i ching, a la hora de escribir. Hay como ciertas cosas que a mí me ayudan a entender. Para mí es como un juego escribir y siempre voy a favor de la música: me grabo la melodía y luego encajo la letra de lo que quiero hablar. E intento que la letra vaya acorde con el ritmo y con la energía musical, para que llegue.
¿Desde cuándo escribe?
Siempre he escrito canciones, desde pequeño. Es más, el primer disco de Mastodonte tiene canciones que escribí con 16 años. Pero aquí no podía hacerlas, porque a mí me ha costado muchísimo encontrar gente que creyera en mí.
En diciembre estrena ‘Frontera’, de Judith Colell, una película sobre la guerra del 36. Y en Zinemaldia estará con ‘La cena’, de Manuel Gómez Pereira. En ambas, hace de franquista. ¿Qué pasa?
Estreno tres películas ahora. En ‘La cena’ hago de falangista y es una comedia. ‘Frontera’ es un drama brutal y hago de guardia civil, pero no es un personaje tan malo; o sea, tiene algo que es muy bonito: está en la frontera ayudando incluso a los judíos a que pasen. Es un tipo con aristas. Luego estreno también ‘El molino’, en la que hago de vaquero; o sea, de agricultor.
Pero siempre de malo, ¿por qué?
Este último es bueno, pero sí, fíjate, me llega mucho cabrón. No sé por qué. ¿Igual porque, como estoy medio loca, me ven haciendo como cosas disparatadas? No tengo miedo a ir al límite. Me gustan los límites de las emociones e igual, de repente, dicen: ‘Este se mete en harina’. Y debo de tener cara de tener niños descuartizados en la nevera.
O sea, ¿que va bien el trabajo últimamente?
Yo tengo bastante trabajo. De hecho, si me dedico a la música es porque trabajo como actor. Es más, esto lo voy a decir: yo no gano una mierda con ‘Mastodophica’, porque todo lo que gano lo invierto en que haya un buen vídeo, en que haya un buen sonido, unas buenas luces... No me importa, porque para mí esto es sagrado. Para mí era un sueño hacerlo en Bilbao y hacerlo aquí. Es como de los momentos más importantes de mi vida.
¿En serio?
¡Hombre! ¿En Bilbao, en el Euskalduna, con una orquesta de 50, un coro de 40, cantando y tocando las canciones que yo he compuesto cuando tenía 16 años? Es que no puede rimar más la vida.
¿Igual da gusto también que vayan a verlo quienes le hicieron bullying?
¡Hay que ser subnormal, gastarse 50 euros para ir a sufrir!
Ha optado por el olvido, entonces.
Yo no me olvido de nada. De las emociones, no olvido nada. De los datos, todo. Es más, recurro a las emociones todo el rato y son mi inspiración. ¿Sabes lo que pasa? Que he aprendido que ya no lo hago para gustar, lo hago porque es lo que me salva la vida. Es que es lo que hago y yo ya no estoy para que me acepten: ¡si a mí no me han aceptado en la puta vida y no me va mal como soy! Me ha salvado mucho una frase que es: ‘Hazlo tú’. En el momento en que te pones a hacer algo, realmente te das cuenta de lo que cuesta y el valor que tiene, quien se embarca a ser independiente artísticamente, autogestionándoselo, para mostrarse como uno es, sin miedo a lo que piensen otros, y con valentía.