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PROTESTAS ANTIRRACISTAS EN EEUU

El racismo en EEUU es una realidad estructural y sistémica

La creación de Estados Unidos se asemeja a una gran pirámide de privilegio sustentada en una estructura de desigualdad. A pesar de su historia de esclavitud casi genocida y sus desigualdades actuales, mucha gente todavía ve a Estados Unidos como un referente de libertad e igualdad.


Para entender por qué el racismo se afianzó en EEUU, uno debe ir más allá de su historia y profundizar en la historia religiosa, filosófica, social, cultural, económica y política de la civilización occidental. Desde la llegada de los colonos europeos al continente americano con sus ideas racistas, pasando por el posterior apoyo teológico de las corrientes puritanas a la esclavitud, unido al genocidio contra los pueblos originarios, se ha sustentado lo que posteriormente se iría transformando en EEUU.

Con la «revolución americana» se producirá un impresionante crecimiento de la esclavitud, y políticos e intelectuales se unirán para buscar un encaje justificador en el desarrollo económico en marcha. La aparición de las teorías abolicionistas no pusieron fin a las ideas racistas, sino que buscaron un patrón asimilacionista que permitiera mantener los privilegios, «trabajo negro y riqueza blanca».

Más tarde llegarán las leyes segregacionistas Jim Crow y a mediados del siglo pasado, tras el movimiento en defensa de los derechos civiles, se producirían cambios importantes, pero que no afectarán a la pirámide estructural racista. Un punto de inflexión lo encontramos con la llegada de Ronald Reagan a la Presidencia y la articulación de la llamada nueva derecha, lo que supondrá una militarización de la Policía y una política de mano dura contra las minorías. En el periodo de George H. W. Bush, bajo el paraguas de los neocon, se desmantelará el estado de bienestar, erosionando los derechos de los trabajadores y reduciendo los programas estatales de vivienda y educación, aumentando la división social en clave racista.

Los 90 serán los años de Bill Clinton, demócrata que aplicará políticas republicanas y artífice de una de las leyes más duras en materia de seguridad y del boom del sistema y negocio carcelario. George Bush, hijo, siguió la estela del movimiento neoconservador, y el desastre del Katrina dejó a la vista un sistema zonificado en clave racista.

Barack Obama siguió la línea de sus antecesores tanto en materia exterior (drones, Libia, Yemen...) como interior (políticas de austeridad, deportaciones masivas...). Donald Trump no ha cambiado la tónica (violencia, muertes e injusticia racial económica) que ha sido aprovechada, además, para visualizarse posturas racistas de extrema derecha en las calles.

Durante esta larga historia, el debate se ha centrado en tres posturas: los segregacionistas, cuyas ideas son cada vez más difíciles de defender públicamente, aunque mantienen importantes apoyos y culpan a la población negra de las desigualdades raciales; los antirracistas, que se han enfrentado todas las caras del racismo, duras o blandas, y los asimilacionistas, los equidistantes, que pretenden racionalizar las desigualdades raciales, rechazándolas, pero al mismo tiempo condenando las protestas que surgen de las posturas antirracistas.

Las políticas que defienden los teóricos de la asimilación no son menos peligrosas porque utilizan argumentos que pretenden hacer más atractiva su postura y buscan que las minorías se integren política y culturalmente en el sistema que ellos defienden. Las políticas racialmente discriminatorias surgen de intereses económicos, políticos y sociales. Por eso es interesante destacar los apuntes de un pensador antirracista, «la ignorancia y el odio no crean ideas racistas, y éstas a su vez no son la fuente original de la discriminación. En realidad, ha sido a la inversa, la discriminación racial ha traído las ideas racistas que han desarrollado el odio y la ignorancia».

A lo largo de la historia de EEUU, la función principal de las ideas racistas ha sido la supresión y persecución de la resistencia a la discriminación racial y sus desigualdades raciales resultantes.

Todo un engranaje político, social e institucional puesto al servicio de un sistema racista.

Asistimos a un intento de racionalizar el racismo. Para ello, los postracistas («Obama es presidente, luego ya no existe el racismo»), los «racistas daltónicos» o la alianza entre supremacistas asimilacionistas blancos y colaboradores negros (los Tío Tom) han utilizado diferentes fórmulas: el liberalismo abstracto, ideas ligadas al liberalismo político y económico para justificar la importancia abstracta de la raza; la naturalización, explicando las situaciones raciales como frutos de la naturaleza; el racismo cultural, con «argumentos» basados en estereotipos culturales; o minimizar el racismo, presentando la discriminación racial como algo residual. Como señala el historiador estadounidense Ibram X. Kendi, «Cualquier solución efectiva para erradicar el racismo estadounidense debe involucrar a la población comprometida con las políticas antirracistas, que se apoderen y mantengan el poder sobre las instituciones, vecindarios, condados, estados, naciones, el mundo. No tiene sentido sentarse y poner el futuro en manos de personas comprometidas con políticas racistas, o personas que navegan regularmente con el viento del interés propio, hacia el racismo hoy, hacia el antirracismo mañana. Una América antirracista solo puede garantizarse si los antirracistas de principios están en el poder, y luego las políticas antirracistas se convierten en la ley del país, y luego las ideas antirracistas se convierten en el sentido común del pueblo, y luego el sentido común antirracista del pueblo tendrá esos líderes antirracistas y esas políticas responsables».

Y ese día seguramente llegará. Ningún poder dura para siempre.