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AZKEN PUNTUA

España y el perdón


Sorprende que un pueblo como el español, tan devoto de la religión que profesa y habituado a comulgar con el perdón y a recitarlo a coro, siga empecinado en la creencia de que el perdón no es virtud de ida y vuelta sino una impagable deuda que Dios y el mundo tienen contraída con España.

En consecuencia, sigue creyendo España que ella es la única merecedora de otorgar perdón y la única agraviada y en derecho a demandarlo.

De ahí que esté a la espera de que los vascos pidan perdón por ese irracional empeño en seguir siendo vascos, absurdo semejante al de catalanes y gallegos de quienes también España aguarda sus disculpas; de que los torturados pidan perdón por su denuncia y los asesinados por negarse a delatar su vida; de que los republicanos pidan perdón por ejercer el voto y las cunetas perdón por su memoria; de que los emigrantes pidan perdón por serlo, las mujeres por pretenderlo y los ateos por practicarlo; de que los accidentes laborales pidan perdón por sus mortales imprudencias y los cinco millones de parados por su notoria afición a la indolencia y la aventura; de que pidan perdón los jubilados por evadir sus años de trabajo, los desahuciados por ocupar esquinas y portales, y los jóvenes por su notoria desconfianza en las promesas del futuro que se les niega; de que pida perdón el clima por sus veleidosos cambios, las vacas por sus locuras, las aves por sus gripes, los cerdos por sus fiebres, los elefantes por extinguirse y los toros por los toreros muertos.

Me temo que hasta yo voy a tener que pedir perdón por esta imperdonable columna.