Tarsila do Amaral, la artista que reinventó Brasil y a sí misma

Date

21.02.25 - 01.06.25

Lieu

Bizkaia - Bilbo

‘Uluru’, un cuadro repleto de simbolismo.
‘Uluru’, un cuadro repleto de simbolismo. (Monika DEL VALLE | FOKU)

La biografía y la obra de Tarsila do Amaral (Capivari, Brasil, 1886 - Sao Paulo, 1973) refleja la historia reciente de su país: hija de ricos hacendados, criada en un ambiente afrancesado, a principios de los años 20 pasó de descubrir primero las vanguardias europeas en París a, luego, autoinventarse a sí misma y a su propio país, a través de una visión idealista y colorista de Brasil. Una visión bastante contestada hoy en día, por cierto. Se arruinó, descubrió el marxismo y la URSS, le hicieron el vacío y, al final de su vida, seguía igual de moderna.

Esta es la Trasila que nos revela ‘Tarsila do Amaral. Pintando el Brasil moderno’, la nueva exposición en la que el Museo Guggenheim de Bilbo nos descubre a una apasionante artista, desconocida en Europa, pero reconocida en su país como figura central del modernismo brasileño. Fue también una mujer invisibilizada por la historia, porque la revisión de su obra suele pararse en su obra de juventud, la de los años 20 del siglo pasado; a partir de ahí, no interesa. 

«Al final de su vida era una artista mujer, vieja, divorciada y sola», ha resumido gráficamente Cecilia Braschi, comisaria principal de una exposición que reivindica a esta mujer moderna y libre en todas sus dimensiones, contradicciones, colores y edades. Porque siguió trabajando hasta el final. ‘Tarsila do Amaral. Pintando el Brasil moderno’ llega procedente del parisino Musée de Luxemburg de París y estará en Bilbo del 21 de febrero al 1 de junio.

La campesina vestida de alta costura

Cuando una entra en la exposición, lo primero que ve es el autorretrato de Tarsila do Amaral. Mejor dicho, los autorretratos: uno es un óleo, en el que, mirando magnéticamente al espectador, posa como «una pequeña caipira vestida por Poiret». Es decir, una campesina vestida de alta costura. Al lado, varios retratos fotográficos muestran a una mujer hermosa, misteriosa, de cabello tirante y pendientes labrados.

La hija de grandes terratenientes de Sao Paulo, nacida entre algodones y esclavos –la esclavitud se derogó cuando ella tenía 2 años–, cuya lengua y hasta la comida eran francesas, no era campesina. Para nada. Era una señorita que estudiaba arte en París. También era una mujer que ansiaba libertad, lo que consiguió reinventándose a sí misma y al arte de vanguardia de su país. En el París del cubismo y las vanguardias, del eurocentrismo y del mundo dominado por hombres, no quería ser una señorita mona, sino una artista brasileña.

Siguiendo los estándares de la época, se convirtió en una creadora exótica. Alejada de Brasil, había tomado conciencia de sus orígenes, al igual que, en su país, hicieron los artistas de su generación, como el poeta Oswal de Andrade, su pareja. Aquella vanguardia, en la que ella militaba, «se inventó un imaginario propio brasileño, con el mestizaje como ideal», en palabras de la comisaria. De un país multicultural había que crear un país y un paisaje, una cultura únicos, un imaginario nacional y moderno basado en el mestizaje entre las culturas indígena, portuguesa y africana. Así, fundiendo el cubismo y la vanguardia europea con la impronta local, se construye la vanguardia brasileña.

Pintó paisajes coloridos en los que pasaba el tren que, al igual que ella, recorría el país; a su icónica ‘A negra’, inspirada en las esclavas que conoció de pequeña –no se ha podido traer el cuadro a Bilbo, porque actualmente está en el Museo Contemporáneo de Sao Paulo, pero sí hay  dibujos previos– y se lanzó al sincretismo más simbólico, con paisajes repletos de colores, en la línea del Movimiento Antropofágico, en el que militó. Con antropofágico planteaban llevar al arte la práctica indígena de devorar a los otros con el fin de asimilar sus cualidades.

La proletaria, la polémica

Hay cuadros conocidos como ‘Urutu’, que originalmente se tituló ‘El huevo’... y, de pronto, cambia totalmente su estilo. Una se encuentra, de frente, con ‘Obreros’ (1933), un cuadro en la línea del realismo social soviético y con un aire al muralismo mexicano, en donde el pueblo brasileño no es el que inventaron, naif y colorido, sino trabajador y multiétnico. Es su pintura militante. 

Separada de Andrade, arruinada a finales de 1929 por el desplome de la Bolsa de Nueva York, descubrió la URSS, a donde viajó, el marxismo y la cárcel, a su vuelta, en 1932, bajo el régimen de Getúlio Vargas. Y, de 1933 a 1950, el vacío: no expuso en todo este tiempo, aunque siguió trabajando, pintando, ilustrando y en sintonía con los movimientos artísticos de su época.

Su figura está siendo revisada en su país, por el matiz colonialista de su época más famosa, algo que la exposición no oculta: «Fue una mujer blanca y de élite, europeísta, pero fue también una mujer de su tiempo. Tuvo las dificultades inherentes a ser mujer, pero la ventaja de ser una mujer rica. Hay que poner su figura en el centro para estudiarla, porque el arte de ayer nos habla del de hoy», ha añadido la comisaria.

Emplacement

Museo Guggenheim

Bilbo. Bizkaia