Alvaro  Reizabal
Alvaro Reizabal
Abogado

Del cerebro electrónico al ordenador cuántico

Cuando a finales de los sesenta llegué a la Universidad de Deusto había dos  joyas de la corona: el hermano Garate, exportero de la finca beatificado, caso único en el mundo y, la otra, el por todos conocido como el «Cerebro Electrónico». Ocupaba toda una habitación de considerables dimensiones y en la que hacía un frío del carallo, porque el monstruo no podía estar a temperatura ambiente. Funcionaba con unas cartulinas agujereadas y hacia un ruido del demonio, pero, según decían, era capaz de hacer cosas prodigiosas. La peña desconfiaba del invento hasta que llegó la prueba de fuego de su capacidad milagrera: acertó que el Athetic ganaría la final de Copa frente al Castellón, y así ocurrió, y, desde entonces, nadie dudó de sus maravillosas capacidades. El Castellón no había ganado nunca la Copa, y, en cambio, los leones, innecesario decirlo, tenían las vitrinas repletas de copones. Pero la magia de la informática y la enorme capacidad de aquel ingenio lograron pronosticar un triunfo  más de los de San Mamés.

Han tenido que pasar cincuenta años para que aquel cerebro electrónico a base de tarjetas perforadas vaya a ser sustituido en los anales de la historia de Euskal Herria por el súperordenador cuántico. Este no va a estar en Deusto, sino en el campus de la UPV en Donostia, y no va a ocupar una habitación de alguna facultad ya existente, como su viejo antepasado, sino que le están construyendo un edificio propio para que esté a gusto y pueda obrar sus prodigios, y se lo están haciendo en uno de los muy pocos espacios verdes que quedaban, que ha sido arrasado por las excavadoras en nombre del progreso. Dicen sus mentores que va a ser capaz de hacer cosas tan increíbles como buscar piso en Donostia a precio asumible para jóvenes que quieran emanciparse o tramitar licencias exprés en cuestión de segundos para pisos turísticos y nuevos hoteles en cuanto pase el año  de moratoria goyesca decretado con motivo de las elecciones municipales. Verdaderamente, son cosas de no creer.

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