Una amiga me dijo que alguien que conoció en el tren le contó que su compañera, escuchando un programa de radio, oyó a un invitado afirmar que el mundo en el que vivimos se ha declarado «ateo del amor». Los desastres, las mentiras y el maltrato del llamado «amor romántico», tan ovacionado por el patriarcado capitalista, ha conseguido que marquemos distancias y que, en especial las mujeres, caminemos con más cautela en ese laberinto de emoción, pasión y sentimientos encontrados que suele ser el amor entre dos. Por otra parte, la tecnología ha conseguido que las misivas de amor se reduzcan a la mínima expresión, a palabras entrecortadas, inacabadas en un wasap que va y viene dejando detrás, en el limbo de la inmediatez, encuentros, felicidades, desamores o historias de trágicos finales que quizás hubieran necesitado al menos un folio escrito por una sola cara.
El año pasado, una trabajadora de un Centro de Estudios Medioambientales de un pequeño pueblo de la Provenza encontró entre los viejos enseres de una casa, abandonados en un desván durante más de 70 años, una caja con 200 cartas de amor, escritas durante la II Guerra Mundial por un soldado francés a su novia Aimée. La joven empleada pensó que aquella correspondencia, enviada desde la primera línea de guerra entre 1942 y 1945, no podía desaparecer en silencio, sin dejar un recuerdo en la memoria de alguien. A través de las redes sociales intentó localizar a los descendientes. Lo consiguió y resultó que Pierre y Aimée se casaron, tuvieron dos hijas y hasta puede que fueran felices en el pequeño pueblo de Saint-Jean-d´Angely.«No sabía que fuera un poeta» manifestó su nieta al leer las cartas que su abuelo escribió a su abuela en plena contienda mundial, mientras luchaba contra los nazis hasta liberar París y con él toda Francia. Si el invitado al programa que escuchó la compañera de ese alguien que mi amiga conoció en el tren tiene razón y una gran parte del mundo se ha declarado atea del amor, descubrimientos como este de la Provenza poseen un punto de deseable desasosiego, emoción y poesía que, lo queramos o no, desbaratan un poco el ateísmo funcional del amor.
Ateos del amor
La tecnología ha conseguido que las misivas de amor se reduzcan a la mínima expresión, a palabras entrecortadas, inacabadas en un wasap
