Después del éxito del Tour en Euskal Herria, una compañera se lamentaba de la escasa presencia de banderas palestinas en el recorrido de la carrera. La queja tenía un doloroso porqué. Ese mismo día el ejército de Israel había atacado una vez más Gaza, después de una ofensiva por tierra y aire contra el campo de refugiados de Yenin (Cisjordania), dejando un trágico balance de muertos, heridos y familias evacuadas. Podemos decir con tristeza que este ataque solo es una más de las crónicas que, poco a poco, van narrando, como si fuera por entregas, el genocidio del pueblo palestino. Yo también creo que en las calles de EH, además de la ikurriña y junto a ella, deberían de haberse visto banderas palestinas. Hubiera sido una manera de recordar a la comunidad internacional que, al igual que EH, Palestina también tiene derecho a ser y existir. Cuando miramos el mundo desde la superioridad que nos da la distancia, solemos decir que «la gente ya no se moviliza». El Tour dejó claro que esa apreciación es incorrecta. Sí se moviliza, la cuestión es para qué o por qué lo hace. La idea de internacionalismo como solidaridad con la lucha de los pueblos parece escaparse de nuestro tiempo. En su lugar y sin darnos cuenta, practicamos la «solidaridad vertical», que tanto molestaba a Eduardo Galeano.
