Anjel Ordóñez
Anjel Ordóñez
Periodista

Doctrina del shock

La guerra en Ucrania ha hecho saltar por los aires conceptos que parecían asentados tras décadas de lucha social.

No seré yo quien diga que la guerra en Ucrania es un conflicto artificial. Existir, existe. Y lo demuestran las muertes, la destrucción, el éxodo y el sufrimiento colectivo. Sin embargo, transcurridos ya tres meses desde el inicio de la invasión, sus dimensiones y consecuencias han superado de forma amplia los parámetros de un episodio bélico más o menos delimitado en términos geopolíticos para convertirse en el principal catalizador de un proceso de profunda y meteórica regresión socioeconómica mundial.

Han pasado quince años desde que Naomi Klein publicase el libro "La doctrina del shock". En él, la escritora y activista canadiense profundiza en cómo el sistema neoliberal aplica, de forma sistemática, técnicas de psicología social para imponer medidas impopulares asociadas al libre mercado. Como punto de partida de estas técnicas, analiza los experimentos de Cameron en los años 60, orientados a lo que él mismo denominó «manejo psíquico», que conseguían reducir a los individuos a un estado vegetal mediante amnesia inducida. LSD, electroshock, supresión de la memoria... formaban parte de un método que luego aplicaría la CIA como instrumento de tortura en sus interrogatorios.

Según Klein, los agentes neoliberales utilizan episodios extremos como desastres naturales o guerras, que encierran un alto poder para crear estados de shock colectivo, para implementar políticas que la sociedad rechaza en tiempos de normalidad. Cita ejemplos como la crisis del Katrina, el tsunami de Indonesia o la guerra de las Malvinas. De esta última, por ejemplo, se aprovecharía Margaret Thatcher en los 80 para superar su pérdida de credibilidad tras las revueltas sociales que rechazaban sus severas medidas de corte neoliberal.

Siguiendo el mismo patrón, la guerra ha hecho saltar por los aires conceptos que parecían asentados tras décadas de lucha social. La energía nuclear resucita. El gas estrena disfraz ecológico. Los ejércitos dejan atrás su ostracismo en Europa, los presupuestos militares se disparan y el negocio de las armas lo celebra por todo lo alto. Todo, mientras la inflación aprieta y la precariedad ahoga a una sociedad obligada a reaccionar cuanto antes.

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