Con las campanadas a la vuelta de la esquina, es costumbre por estas fechas volver la vista atrás y hacer balance de lo vivido en los últimos doce meses. En lo político, lamentablemente el pulso del discurso se marca de forma insistente desde Madrid y el panorama no puede ser más alarmante. El ascenso de las derechas es innegable, por una parte, apoyado en el desgaste del bloque de gobierno, expuesto al asedio continuado del «quien pueda hacer que haga» y, por otra, aún más dolorosa si cabe, por los estragos del fuego amigo, si es que se le pudiera llamar así. Lo cierto es que todo apunta a un inquietante incremento del volumen de mentes social-adormecidas, que apuestan sin cartas por alejarse de cualquier atisbo de conciencia política crítica, para abrazar sin reflexión el discurso vacío del odio y la avaricia. En Euskal Herria aún resisten los diques, sí, pero rozaría lo irresponsable no preguntarse hasta cuándo.La tozuda realidad es que 2025 nos deja un paisaje socioeconómico desolador. El paro sigue en cifras insoportables, y el elevado nivel de precariedad es tal que acceder a un puesto de trabajo hace tiempo que dejó de servir de vacuna contra la pobreza. Y si bien es cierto que, en la esfera macro, la economía parece resucitar, no lo es menos que han fracasado los tímidos esfuerzos para redistribuir esa riqueza: el 1% de los más ricos acaparan más del 20% del capital.La vivienda es hoy un derecho incumplido para amplias capas de la sociedad, especialmente para los jóvenes y las familias con economías deprimidas. La sanidad ha tomado la autopista de la privatización y las listas de espera ahogan la salud individual y colectiva. Las coberturas sociales, en general, se ven amenazadas por un discurso neoliberal recrudecido, cuya sombra también planea sobre el sistema educativo público. El bienestar social, como derecho más que como aspiración, se asoma al abismo. En definitiva, las pezuñas se nos pegan a un camino social muy mal alquitranado. Y por si todo esto fuera poco... joder qué guarrada sin ti.