Quentin Tarantino firmó una película prácticamente perfecta con "Los Odios Ocho", un filme de escenario cerrado y juego psicológico entre personajes prototípicos de la América profunda. Pensé mucho en ella esta semana escuchando a los diputados en el Congreso. Hoy en la política española hay ocho formaciones encerradas en una celda hermética que saben que el oxígeno se acabará, a todo estirar, en dos años, cuando se acabe la legislatura.Los presos, que representan a los ocho socios de la investidura de Sánchez (PSOE, Sumar, ERC, Junts, EH Bildu, PNV, Podemos y Compromís), pueden intentar salir por su propio pie, con el riesgo de que eso gaste más el oxígeno. También pueden utilizar el botón de emergencia que anticipa elecciones, pero son conocedores de que, al menos ahora, lo más probable es eso supusiese también su muerte como grupo.De entrada, parecería obvio que el interés de todos es maximizar su tiempo de vida, para lo cual lo más conveniente es quedarse parados y no hacer nada. Esta es la carta que juega Pedro Sánchez, que ha decidido que necesita tiempo para que su electorado digiera, lo que a todas luces parece un escándalo de corrupción en el corazón de su partido y de su Ministerio de Transportes. El PSOE ha cantado el «ya veremos» y el resto de partidos ha optado por no apretar más de la cuenta.El miércoles pasado, los ocho de nuestra fábula, es decir, los socios de la investidura, decidieron seguir un poco más en la celda cerrada y no matarse entre ellos. Buena elección, señorías. Pero el tiempo corre y dejarse morir no debería ser una opción. En ningún sitio está escrito que la derecha y la extrema derecha tenga que gobernar el Estado y estaría bien recordar que en otros países ya la han parado, no sin contradicciones, sin ir más lejos en Francia o Alemania. Si esa caja hermética tiene un mecanismo para burlarla, y es posible que la tenga, la obligación de los ocho es buscarlo y desactivarlo, porque vale mucho más la pena morir intentándolo que resignados.