Alberto Pradilla
Alberto Pradilla

Homenaje a los yihadistas (mañaneros)

Solo los sublimes, los llamados a la gloria, leerán este post en su momento justo. Exactamente  cuando el sol les observe desde las alturas, desafiante, mientras que ellos, altivos, levantan su mirada, manteniendo el orgullo y advirtiéndole de que, por mucho que insista, no están dispuestos a claudicar. Si el móvil no se ha quedado sin batería, intentarán descifrar las letras con un solo ojo, tratando de focalizar su maltrecha vista en una pantalla demasiado pequeña donde las frases bailan, como si ellas tampoco quisiesen perderse la procesión etílica y despreocupada. Entonces, en ese preciso instante, en el minuto mágico de la providencia, el elegido alzará su lata de cerveza recalentada, observará a su alrededor y sabrá, como dios en el Génesis, que todo lo que ve es bueno. Bienvenidos a la yihad mañanera.

Esto va por vosotros. Os acompaño en espíritu (y en las fotos que algunos entusiastas me han mandado por watsap). Y lo digo desde la nostalgia que me provoca estar a 500 kilómetros de esa mágica javierada beoda que nos recuerda que el «ya falta menos» es apenas un esprint. Que los diques de contención de esta Nafarroa nuestra, tan contradictoria, forjada en torno al choque de sus almas mojigata y desparramada, están a punto de desbordarse. Aunque va más allá. Surge desde el convencimiento más profundo de que lo popular nos hace libres. De que el caos y el desorden son compañeros íntimos e indivisibles de la conspiración, de la rebeldía, de la aspiración compartida de construir algo distinto. Es el populacho organizado, en el ocio, por supuesto, pero también en la lucha. Porque es innegable que el ocio es también un espacio por el que pelear. Una sociedad ordenada, severa, sin capaz de cuestionarse a sí misma y carente de la pulsión para provocarse es una sociedad condenada a oxidarse progresivamente.

Habrá quien piense que esta es una cuestión menor, pero yo le doy toda la importancia. Las gaupasas nos proporcionan instantes supremos y, en este mundo mercantilizador, donde todo se convierte en producto, me genera una profunda satisfacción comprobar cómo decenas de personas toman la calle por las bravas y las convierten en un patio de colegio, donde el juego cobra un sentido rebelde. Alguno también podría considerar que esto se reduce a una oda que justifique mi gaupaserismo. Pues también tiene algo de eso, no nos vamos a engañar. Pero soy firme defensor de la frase acuñada por Simón Bolívar, libertador latinoamericano, cuando aseguró que «el sistema de gobierno más perfecto es aquel que produce mayor suma de felicidad posible». Por eso, no puedo sino honrar un «algo» que nos regala, aunque sean efímeras, unas horas de felicidad en agradable camaradería.

Por eso, brindo por vosotros. Disfrutad del último entrenamiento. Saboread cada minuto. Bailad con Sancho y Quijote como si no hubiese un mañana. Acompañad a Osama y Michael en su precario equilibrio. Vivid hasta caer exhaustos. Bebeos la vida hasta que no queden ni los hielos. Fumáosla hasta que se os quemen las uñas. Como nos saludaba un antiguo palomitero del cine Carlos III en nuestras sesiones semanales, «sed buenos y sed felices».

Hasta la mañana siempre.

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