Alberto Pradilla
Alberto Pradilla

Primero «Luis el cabrón», ¿para cuándo el resto de cabrones?

Luis «el cabrón» ya está en el talego. A la novena declaración judicial, que se dice pronto, el extesorero del PP fue enviado a prisión por orden del magistrado Pablo Ruz. Y yo me alegro, aunque parto de la base de que la cárcel, como concepto, me provoca repugnancia. Que hago mía la letra de Kojon Prieto y los Huajolotes en la que se le recordaba al carcelero que «no eres persona decente, tu oficio es el más rastrero, y tu corazón no siente». No me olvido de que las prisiones están pensadas para encerrar a los pobres. Que sus muros se levantaron con el objetivo amontonar a las clases sobrantes. Precisamente por eso, me produce enorme satisfacción imaginarme al símbolo de la impunidad de la clase política española recogiendo sus enseres y siendo conducido a su celda. Pensando «cómo he llegado yo hasta aquí». Rumiando su nuevo alojamiento, entre incrédulo y mosqueado, mientras intenta colocar su traje a salvo de las cucarachas. Tiene una parte de venganza divina.

No sé si habrán visto las imágenes de Bárcenas entrando en la Audiencia Nacional. No parece que el extesorero considerase, ni siquiera como hipótesis, que existía el riesgo de ser encarcelado. No se molestó ni en llevar una muda limpia. Ni un mísero petate. Al contrario. Vestido como un pincel, as usual, se personó ante el tribunal de excepción como si estuviese citado a la boda de un Agag cualquiera. Lógico. Desde esa atalaya edificada sobre los cimientos de la impunidad resulta difícil visualizar, allí a lo lejos, que podría llegar el momento en el que, tras alguna mala jugada, pagues por tus desfalcos. Aunque solo sea porque alguien que estaba  por encima tuya decidió usarte como cortafuegos.

El dedo inhiesto del extesorero, su corte de mangas nada más aterrizar en Barajas, refleja mejor que nada esa soberbia. Simboliza a la perfección lo que piensan las élites políticas y económicas del ciudadano corriente y moliente. El fastidio que les provoca tener que dar explicaciones ante la chusma. Como si pensase, «yo, que he estado en la cima del mundo, me veo ahora señalado por esta morralla que ni siquiera sabe cómo se abre una cuenta en Suiza». Por eso sería maravilloso saber qué se le pasa por la cabeza ahora mismo. Porque, pensándolo bien, su conocida peineta también podría tener un segundo destinatario: todos y cada uno de sus compinches, que son muchos. Desde los constructores que abonaron los cuantiososo honorarios hasta el último de los cargos del PP que dijo «el sobre, a la saca». Los que defendieron a capa y espada su inocencia y ahora se han quedado mudos. Algo así como «si me como yo el marrón, vosotros también vais a pillar». El habitual recurso a «tirar de la manta». Y ahí está la clave.

La prisión para Bárcenas no puede quedar en nuestro fuero interno como la venganza del pobre. Sobre todo, teniendo en cuenta antecendentes como el de Blesa, que evidencian que la puerta giratoria no es un concepto aplicable exclusivamente a lo fácil que se entra y se sale de las cúpulas de los partidos y de los consejos de administración. La puerta giratoria también se refiere a la alfombra roja con la que la Justicia exhime a los malhechores de alta alcurnia. Así que no nos dejemos engañar. No se trata de una manzana podrida, ni de un caso de mala praxis. Él, como tesorero, como el tipo que manejaba los billetes, está en el centro de una trama que refleja la podredumbre de todo el sistema. Lo dice el propio auto de Ruz, donde apunta a una trama de cobro de comisiones procedentes de adjudicar obras públicas y a un complejo sistema para blanquear la pasta. Bárcenas era una de las piezas fundamentales de un monopoly donde todos sabían que jugaban a ganar o ganar. Y todos compraron fichas. Aquí hay decenas de mangantes que, como «Luis el engominado», tienen que pagar por el saqueo. No tengo mucha fe, pero espero que el de ayer fuese el primer paso de la «tangentopoli» española. Que el encarcelamiento de «Luis el cabrón» abra la espita de la ruindad intrínseca en estos mafiosos y que a partir del «sálvese quien pueda» podamos ver a todos y cada uno de esos cabrones respondiendo por sus desmanes.

 

Recherche