La Federación Rusa ha invadido Ucrania y esto es inaceptable desde el punto de vista de la defensa de la libertad y la soberanía de los pueblos. La guerra debe detenerse cuanto antes y ha de buscarse una solución diplomática duradera que ponga fin a esta escalada y haga posible acuerdos de más alcance porque el mundo se está convirtiendo un polvorín cada vez más aterrador. Pero eso se hace desescalando, no ampliando la escala de confrontación; no alimentando el conflicto, sino buscando soluciones.

Esto, aunque choque con la pasión guerrera que ahora se ha desatado, no es lo mismo que contemporizar con un acto imperialista. Por el contrario, implica un rechazo radical de todo comportamiento imperialista y de la lógica geopolítica de dominio del mundo y conversión de sus habitantes y del propio planeta en un inmenso territorio a disputar. Los matices no solo son importantes, sino imprescindibles, ahora que empezábamos a perder la cuenta de las olas del coronavirus y ha llegado una nueva, un tsunami belicista que pretende arrasar con todo a partir de la enésima asignación simplista de los papeles de bueno y malo de la película.

Este año se cumplen quinientos años del sitio del castillo de Amaiur, en el que el imperio español, con apoyo de tropas autóctonas subordinadas, se enfrentó a quienes defendían la continuidad del reino navarro. Un año antes, los aliados franceses de los monarcas navarros priorizaron su propia agenda sobre la geopolítica pirenaica, así que hace siglos que por estas tierras se sabe qué implica la lógica imperial del poder.

Por otra parte, nos ha costado mucho como sociedad superar la fase de más dura confrontación violenta con los Estados español y francés y el horizonte de la desmilitarización es un anhelo compartido, por lo que no queremos que entre por la ventana lo que hemos sacado por la puerta. Así que tendremos que surfear esta ola, también esta.