El pensador alemán Hartmut Rosa propone la búsqueda de la resonancia como alternativa a una alienación acentuada por la aceleración que más que vivir, padecemos. Resonar con y para el mundo, recuperar y construir conexiones, intentar detener esa loca carrera contra el reloj que siempre perdemos y perderemos, porque el error es de partida, no de ejecución. El problema está en nuestra relación con el mundo y no lo vamos a resolver corriendo.

Nada contribuye tanto a valorar la vida como verla apagarse y sería de desear que seamos capaces de frenar la destrucción del planeta antes de llegar a experimentarlo como especie. Pero para evitar caer por el precipicio es preciso interrumpir la lógica de la dominación del ser humano sobre el planeta. Que es la misma lógica de la dominación de unos seres humanos sobre otros, claro. Esa lógica que en el capitalismo neoliberal toma forma de trama de cadenas de dominación.

El problema es que incluso en nuestros intentos de cambiar el mundo reproducimos la lógica de la dominación, creyéndonos dioses capaces de todo. O nos autoengañamos pensando que tomar conciencia de la gravedad de la situación nos hace levitar sobre el resto de la humanidad, poseedores de un conocimiento que sigue velado para ellas y ellos. Resonar implica ser parte, pero también exige renunciar a sentirse o querer ser superior. La ingente tarea de detener la destrucción del mundo exige, paradójicamente, una humildad llena de audacia.

Ningún otro ser tiene la capacidad de destrucción del ser humano. Eso pone la responsabilidad sobre nuestras espaldas, pero no para hacernos creer otra vez prodigiosas criaturas salvadoras, sino para reparar el daño y hacernos cargo del futuro. El reto es nada menos que cambiar el sistema para evitar el fin del mundo. Hay prisa, el tiempo se agota, pero no llegaremos a ninguna parte si, por superarla, volvemos a la lógica de la aceleración.