Irati Jimenez
Irati Jimenez
Kazetaria eta idazlea

Terquedad y orgullo

Dar la espalda a la posibilidad de cambiar de opinión y obstinarnos en contra de modificar nuestro punto de vista es obstinarnos contra la vida.

La verdad es que no sé mucho de Henry Ward Beecher, aparte de que fue abolicionista de la esclavitud, una de las cosas más dignas que se podían ser en el siglo XIX en Estados Unidos, pero una vez encontré una cita suya que me enamoró: «La diferencia entre perseverancia y obstinación es que una viene de una fuerte voluntad, y la otra de un fuerte no». Me pareció no solo una gran verdad, sino una idea revolucionaria y enormemente útil para ayudar a transformar las obstinaciones improductivas de la terquedad en los fértiles esfuerzos de la perseverancia.

Entre el orgullo, esa llama de una verdad interior que arde y acompaña, y el orgullo tóxico, que no son más que las brasas de la obstinación en las que nos quemamos, hay una distancia enorme que tiene consecuencias trágicas cuando se inclina hacia el peor de los dos lados. Dar la espalda a la posibilidad de cambiar de opinión y obstinarnos en contra de modificar nuestro punto de vista es obstinarnos contra la vida. O como dijo Shakespeare, «perseverar en obstinado desconsuelo es una conducta de impía terquedad, un pesar indigno del hombre que muestra una voluntad rebelde al cielo, un corazón débil, un alma sin resignación y una inteligencia limitada e inculta».

Y es que, qué bueno es el tesón, qué grande tener fuerza, qué fantástica la grandeza de los luchadores, qué humanidad la de quienes no se rinden, qué heroísmo el de quienes no renuncian a ser dueños de sus almas, viven como capitanes de sus vidas y piden ser fusilados con los ojos abiertos. Y qué desgracia cuando todo ese potencial se malgasta en mantener lo que un día sentimos o fuimos o pensamos en lugar de respetar lo que sentimos o somos o pensamos. Qué pena tener más cabezonería que cabeza y perder la compostura por mantener una postura que, aún engañando a todos, no puede convencernos a nosotros mismos que, en nuestro fuero interno, siempre sabremos que, incluso venciendo en una discusión, hemos vencido con trampas y que con trampas hemos sido por nosotros mismos vencidos.

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