En las violencias machistas, por ley, la posibilidad de justicia restaurativa está prohibida. En cualquier otro caso, como lo que llaman terrorismo, señalada por el Estado esta violencia como la más vil, sí que se contempla una conversación mediada y pautada entre víctima y victimario. Siempre que ambas partes consientan, obvio: dos no dialogan si una no quiere. Pero las mujeres, porque las víctimas de violencias machistas somos legalmente mujeres, no podrán solicitar mediación alguna para que el hombre condenado que las dañó se disculpe. De hecho, repito, la justicia restaurativa está prohibidísima en las violencias machistas. Nosotras somos víctimas por siempre, ellos serán monstruos por siempre. A mí esto me parece desolador, y me cabrea sobremanera. Hay varias premisas terribles apuntalando esta excepcionalidad. Las mujeres/víctimas no saben lo que es bueno para ellas, tienen una idea nociva de sí mismas. Por eso hay que protegerlas de sus decisiones, sobre todo cuando su decisión es no ser protegidas. Y da igual el tiempo que pase desde la violencia que sufrieron o el proceso de recuperación que hayan transitado, nunca estarán preparadas para reencontrarse con el hombre que las agredió. No me canso de recordar que en castellano víctima y puta solo pueden decirse en femenino. Ellos, los hombres que han ejercido violencia machista, da igual el grado, tampoco se redimirán nunca. No es posible que cambien, que reflexionen, que sepan que han obrado mal, que quieran reconocer el daño infligido y disculparse sinceramente con la mujer a la que maltrataron. Lo malísimo es que esta lógica punitiva tan injusta y paralizante se ha extendido a nuestros ámbitos de las izquierdas, y ante un señalamiento la única opción es castigar con el destierro y la muerte social al acusado, destrozando colectivos. Tenemos bastante cerca experiencias de justicia transformativa que implican a la comunidad y la fortalecen, recomiendo la Guía para la prevención y actuación frente a las violencias patriarcales en el entorno de la CSOA de La Cinètika. ¿Nos lanzamos?