Excepto el revolucionario y subidonero “Creo en vos” de Carlos Mejía Godoy, me ponen mala las canciones de misa, desde siempre. Y eso que poquísimo he ido yo a misa. Más malos deben ponerse tantos hombres al escuchar el «señor, me has mirado a los ojos…», obra de un cura tan hiperactivo componiendo temazos católicos como abusando de niños, Cesáreo Gabarain se llamaba el tipejo. Yo conocía sus depredadoras andanzas pederastas por la historieta “El curilla cantor” del indeleble Álvarez Rabo: lo que aprende una leyendo cómics.
Varios de los cientos de críos que soportaron o esquivaron los avances babosos y el acoso pertinaz de este sacerdote de aspecto cetrino que iba de enrollado, lo han retratado estos días. Vaya compulsión violachera… Todos los testimonios repiten que hubo denuncias de los padres, que el cura señalado desaparecía del colegio para ser recolocado en otro centro, y luego en todos los otros centros que hiciera falta hasta completar una vida abusando de niños. Que la Iglesia se negó a transformarse en territorio seguro para las multitudes infantiles que les fueron confiadas por mandato dictatorial y no prescindió ni de uno de sus ministros pederastas.
Todos los hombres ya entrados en la madurez que están mostrando sus caras, faltaría más, lo cuentan en voz alta porque ahora se les escucha, pero ya lo contaron en casa de niños. Y me fascina como relatan las estrategias comunes que tenían para defenderse, como se advertían entre todos de quienes forzaban el contacto físico para pulpear infante, como bromeaban entre ellos como niños que eran sobre el acoso de las sotanas, como le pusieron a uno el inconfundible mote de Pelamingas.
Va llegando uno tras otro, animados entre sí, los tsunamis que desbaratan para siempre el silenciamiento del abuso patriarcal a mujeres, criaturas y otras parias de género. El asalto sexual solo se da desde el privilegio y la impunidad. Y hay algo precioso y liberador en descargar a la hombría de la invulnerabilidad y de la gravedad impuestas.
El curilla cantor
la Iglesia se negó a transformarse en territorio seguro para las multitudes infantiles que les fueron confiadas por mandato dictatorial y no prescindió ni de uno de sus ministros pederastas
