Zaloa Basabe
Toc toc, golpe en la ventanilla con los nudillos. Baje la ventanilla. La documentación, por favor. Una imagen de Airbag o una imagen cualquiera en nuestras carreteras. Diferencian la primera de todas las segundas la ausencia de Ray-Ban sobre las narices del agente (esto solo lo he visto en las películas, pocas en las carreteras, con el incomprensible resultado del auge de reminiscencias policiales y militares en los complementos de moda y ropas que vemos en nuestras calles; algún día alguien - ¡yo misma en otro momento! – tendrá que escribir sobre la atracción para con la estética militar en las cadenas de ropa low cost, no sé si por prestigio –espero que no- por diseño o por simple y llano síndorme de Estocolmo, ¡pero hay que ver a la gente jóven vestida de prusianos con Ray-Ban de policía con la llegada del otoño...!).
La documentación, decía, ese bien tan preciado por las Fuerzas de Seguridad que, en sus manos, se convierte en instrumento de control con número de identificación individual. Existe, sin embargo, otra documentación, la que retrata las identidades colectivas, la que recoge testimonios, estudios y experiencias que, en manos de quienes estamos al otro lado de la ventanilla, se puede convertir en un instrumento de poder: de empoderamiento personal y colectivo. Un documentación que deberíamos exigir (¿golpeando con los nudillos?) en los ventanillos de la Administración con la misma o más autoridad que la utilizada por uniformados.
Para quienes nos dedicamos a la formación, divulgación o investigación, la documentación es además de un instrumento para el crecimiento y formación personal, un bien indispensible en nuestro trabajo diario. Sin embargo, vemos en estos tiempos que el acceso público y gratuito a ella es cada día más complicado. No porque esta no se encuntre bien clasificada, cuidada y centralizada, sino porque las asociaciones u organizaciones que se dedican a estas labores con pasión, vocación y profesionalidad ven en época de crisis cómo peligra la continuidad de sus proyectos y la de sus trabajadores y trabajadoras. Este es el caso del Centro de Documentación-Biblioteca de Mujeres IPES de Iruñea, que habiendo lidiado en sus más de 25 años de historia con crisis de todo pelaje (económicas, institucionales e ideológicas) sigue manteniendo sus cientos volúmenes, libros, revistas, ponencias, informes, documentales, películas... al alcance de quien se pase por su sala de consulta. Con el propósito de recuperar las aportaciones de las mujeres a la historia de la Humanidad, el mundo de las ideas, el arte y la cultura, conocer la situación de las mujeres y su diversidad y profundizar, recorrer y actualizar permanentemente los distintos discursos de los movimientos feministas, abren sus puertas todos los días de lunes a viernes con un ojo en las cuentas y otro en el calendario. Esta semana hemos leído en prensa que el Ayuntamiento de Pamplona firma un convenio con IPES para apoyar el funcionamiento de este Centro de Documentación. No hace falta ni muchas explicaciones ni mucha imaginación para entreveer que se trata de un convenio insuficiente y que además, no arroja ninguna certeza sobre el futuro de este Centro en 2013 (pretende hacer frente a los gastos de 2012 con anticipos de dinero procedentes de líneas de crédito). A esto se suma el hecho de que el convenio con el Gobierno de Navarra que pretendía complementar al anterior se vio reducido en 2012 de 40.000 euros a 10.000 euros. Me dirán.
Sabemos que los documentos no se comen y que nadie puede vivir bajo las tapas de un libro, por mucho que sea de edición cartoné. Pero también sabemos que la formación en tiempos de crisis es un arma irrenunciable para la fortaleza ideológica de la ciudadanía.
Hace un mes, en una sala de IPES presentaron la Red de Centros de Documentación en Derechos de las Mujeres de Centroamérica ( cdmujeres.net ). Eida Martínez Rocha, coordinadora de la Red, nos contó una historia preciosa: En el Ixcán, zona Norte del departamento del Quiché en Guatemala, durante el conflicto armado interno, muchas personas se vieron desplazadas a México, entre ellas muchas mujeres que, durante su estancia en el país vecino, pudieron dotarse de una beca para realizar sus estudios. Cuando regresaron al Ixcán, a finales de los noventa, la mayoría poseía estudios secundarios y un firme deseo por continuar formándose sin renunciar a permanencer en su tierra. Cuando llegó al municipio una suerte de ayuda o subvención para la mejora de las infraestructuras, el pueblo, en el que ya se habían constituído y trabajaban muy activamente por el desarrollo de la comunidad las “Mujeres Profesionales del Ixcán”, solicitó una biblioteca (en lugar de un lavadero o un nuevo pozo como esperaban las autoridades). En 2012 han inaugurado esta biblioteca, en mitad de la selva, que trabaja como reza en su presentación por “el desarrollo socioeconómico, político, académico y científico del municipio”. Sus fondos y sus historias, desde ese lugar remoto para nosotras, están a gole de click gracias a la Red de Centros de Documentación de Mujeres. Y yo lo agradezco infinito.
A mí las documentaciones con identificación individual no me importan nada, sobre todo si ni siquiera reflejan mi identidad nacional, me interesa más la documentación que refleja los saberes y forman las identidades colectivas. Mis gafas de miope no impondrán tanto como las Ray-Ban del señor agente, pero igualmente deberían ser suficientes para, frente a un ventanillo oficial, poder exigir a la autoridad competente: “La documentación, por favor”.
