Israel bloqueó durante casi 24 horas a miles y miles de palestinos que volvían a sus devastadas casas en el norte de Gaza en el marco del alto el fuego pactado con Hamas el 15 de enero. Al mismo tiempo, impedía a tiros el regreso a sus pueblos al sur del río Litani a los libaneses chiíes deplazados por la invasión y también en virtud de la tregua firmada el 26 de noviembre con Líbano y que daba precisamente dos meses de plazo al Tsahal (Ejército sionista) para retirarse del territorio libanés. Netanyahu comenzó la semana -el sabbath (sábado) es el séptimo día en el calendario judío, equiparable salvando las distancias al domingo cristiano- forzando al límite las costuras de dos acuerdos que penden de sendos hilos. Beirut tuvo que acceder a que el Tsahal siga en el sureste de Líbano por lo menos hasta el 18 de febrero, fecha hasta la que se ha ampliado el alto el fuego. Israel dejó finalmente a miles de gazatíes cruzar el corredor de Netzarim, que divide el sur y el norte de la Franja, a cambio del compromiso de Hamas, y de la Yihad Islámica, de adelantar la liberación de tres rehenes, entre ellas una civil que Tel Aviv asegura debería sido intercambiada el sábado. Esta salida en falso permite sacar algunas conclusiones. La primera es la debilidad de Hamas y de Hizbulah. Los islamistas palestinos saben que su única baza negociadora -no menor- son los rehenes y que cuando entreguen el último, si lo hacen, todo volverá a la casilla de salida. De ahí que sus líderes comiencen a deslizar la idea de que estarían dispuestos a ceder el control de Gaza. Hizbulah se ha tragado otro sapo –como cuando accedió a una tregua sin vincularla al fin del genocidio en Gaza– Pero, atención, porque esta debilidad temporal puede devenir en futuro refortalecimiento de ambas organizaciones habida cuenta de la impopularidad de una ANP que estaría llamada a gestionar, que no a gobernar, en lo que Israel deje de Franja y de la debilidad de un Estado, el libanés, cuyo ejército, del que su jefe es hoy presidente del país, es incapaz no ya de defender la integridad de su territorio sino de suplantar al Partido de Dios en sus feudos. Tampoco el Gobierno israelí está para muchos saltos. Sigue sin lograr sus objetivos estratégicos en Gaza (hacer desaparecer a Hamas) y en Líbano (evitar la presencia de Hizbulah en lo que considera su colchón de seguridad). Pero tiene un as: EEUU. Antes tenía un rey cojo, Biden, debajo de la manga. Ahora Trump asoma sin rubor y, tras haber predicho que la tregua no durará, apuesta por la limpieza étnica de Gaza para convertirla en un solar en el que las firmas estadounidenses se hagan ricas edificando colonias en la «bonita costa» bañada por el Medterráneo. Malvenidos a la realidad todos aquellos que, por angustia o por cálculos errados, creyeron en el «pacifismo mercantil» (oximoron) de Trump. Y que se negaban a creer que todo, por peor que vaya, puede ir incluso más a peor.