Consumatum est». El reinado de Pipino «el Breve», hijo de Carlos Martel, fundador del reino de los Francos y padre de Carlomagno,  es equiparable a los eternos mandatos de los jefes del Kremlin Iosif Stalin y Vladimir Putin si lo comparamos con los tres meses de jefatura del gobierno de Michel Barnier.

Amortizado, el «gran estratega» Emmanuel Macron busca sustituto sin caer en la cuenta de que el problema es él.
El «jupiterino» inquilino de El Elíseo fue el único que no se debió de apercibir de que ganó las presidenciales de 2017 y 2022 tras cosechar un mísero veintipoco por ciento en primera vuelta y llevarse gratis todo el voto contra la extrema derecha en la segunda.

Impertérrito, no se le ocurrió otra en primavera, tras el triunfo en las europeas de RN de Marine Le Pen, que lanzar un órdago y adelantar las legislativas que, por supuesto, ganó la favorita en primera vuelta. El improvisado Frente Popular de izquierda apeló al voto antifascista para ganar en segunda vuelta y arrinconar al RN al tercer puesto en las triangulares.

Con el «regalo» del segundo grupo en diputados macronistas, el presidente se negó a pactar con la izquierda un primer ministro y optó por una figura del gaullismo de derecha (Barnier) para negociar con la extrema derecha.

La jugada le ha salido «redonda». Le Pen no ha tragado con la subida de la luz, con la congelación de las pensiones y con la reducción de las ayudas sociales –a los franceses, ojo, a los inmigrantes ni agua–  en el presupuesto. «Tapada» tras candidatos «impolutos» como  Bardella, la hija del fundador del Front National, consciente de que se juega su futuro político en una sentencia en marzo sobre sus tejemanejes en el Parlamento de la UE, ha decidido dar una patada adelante.

La cabeza de Macron, el insigne filósofo-politólogo-financiero que se metió a gran banquero antes de saltar a la arena política, es el balón.