Dabid Lazkanoiturburu
Dabid Lazkanoiturburu
Nazioartean espezializatutako erredaktorea

Se busca trabajo: curriculum republicano en (de)construcción

Donald Trump ha comenzado a asumir su inapelable aunque agridulce derrota al autorizar el inicio de la transferencia del poder al demócrata Joe Biden. El giro tiene que ver sin duda con la crisis que atraviesa su campaña de deslegitimación electoral, incapaz de arrastrar tras de sí a la mayoría de los dirigentes republicanos y que acumula ya en los tribunales una veintena de rechazos a su catarata de denuncias sobre irregularidades en el recuento.

Es posible a su vez que el magnate, que insiste en denunciar un fraude electoral masivo, haya levantado el veto pensando en su futuro político y personal. Mantener semejante desafío total al constructo democrático estadounidense supondría quemar todas las naves y el presidente saliente se expondría al riesgo de enervar a propios y extraños.

Se podría incluso dar el caso de que el Sistema, ese que está por encima de Trump –y de Biden–, decidiera castigar esa afrenta incumpliendo la regla no escrita que exonera a todos los inquilinos de la Casa Blanca que pasan a retiro y a los libros de historia de EEUU, y le llevara a los tribunales por alguno(s) de los indudable(s) delitos que ha cometido el magnate, antes y durante su presidencia.

Por de pronto, Trump no ha reconocido oficialmente su derrota y ha delegado la dolorosa decisión en la jefa de la Administración de Servicios Generales (GSA). Emily Murphy se había mantenido hasta ahora firme contra viento y marea, negando al presidente electo tanto los recursos (7,3 millones de dólares), como el acceso a información de inteligencia y a los responsables de la Administración saliente.

Hay quien interpreta la marcha atrás de la «heroína» de Trump con la presión de los demócratas y la amenaza de convocarla para dar explicaciones de su actitud ante el Congreso. De lo que no hay duda es de que no lo habría hecho sin la aquiescencia, y la decisión final, del magnate.

Pero Murphy será fiel pero no es tonta. El canal ABC aseguró hace días, remitiéndose a una filtración de su círculo más cercano, que mientras insistía en hacer profesión de fe en la victoria de su presidente, la todavía jefa de la GSA mandaba mensajes a sus colaboradores preguntando por oportunidades laborales en el año entrante.

Cierto o no, la publicación de ese rumor habrá dado mucho en que pensar a más de un político republicano, atrapado entre las consecuencias de la deriva del Old Party de la última década –de la que el outsider Trump es su exponente más acabado–, y la fidelidad al establishment. Toda una disyuntiva que podría atemperarse si el disputado control del Senado se mantiene finalmente en manos de los republicanos, pero que la ambición del magnate y sus magniíficos resultados electorales podría exacerbar.

Más de uno debe estar dándole vueltas a su curriculum.

 

 

Recherche