Dabid Lazkanoiturburu
Dabid Lazkanoiturburu
Nazioartean espezializatutako erredaktorea

Sudán: del golpe de Estado militar al golpe de Mano militar

El líder del Ejército sudanés, Abdel Fattah al-Burhane, se ha sacudido la presión internacional –siempre laxa e interesada en África– convenciendo al primer ministro, Abdallah Hamdok, en arresto domiciliario desde el golpe de Estado militar del 25 de octubre, para que vuelva al gobierno.

Al gobierno, que no al poder, que queda en manos del Ejército, forzado tras la revuelta popular de 2019 a sacrificar al militar y autócrata Omar el Beshir y a negociar a regañadientes un período de transición marcado por un reparto de poder con la oposición civil que precisamente saltó por los aires hace un mes con la asonada.

Por si quedaba alguna duda, el Ejército sudanés dejó entonces claro, negro sobre blanco, que nunca ha tenido intención alguna de ceder el poder, y menos de dejarlo en manos de la sociedad civil.

Resulta, por tanto, no sorprendente sino descorazonador que las potencias occidentales, con EEUU a la cabeza y la UE, como siempre, a la cola, hayan saludado rápidamente el golpe de Mano de los militares de Sudán, una maniobra envolvente con la que se se sacuden las amenazas de sanciones y su señalamiento por parte de la Unión Africana, a la par que buscan provocar disensiones internas en el entorno de la oposición, cerrando def¡nitivamente la soga en torno a la revuelta sudanesa, que se ha venido a denominar como la última primavera árabe.

En ese contexto se entiende que los militares hayan decidido liberar, con cuentagotas, a un puñado de cuadros opositores detenidos mientras se desconoce el paradero de decenas de dirigentes políticos civiles y de ministros que han compartido el poder –o eso pensaban– con el Ejército estos dos últimos años.

Con esas calculadas excarcelaciones, el general Al-Burhane intenta salvar la cara del primer ministro Hamdok, calificado de traidor por unas manifestaciones de protesta que no cesan y que, en las últimas horas, se han saldado con la muerte a tiros de un joven de 16 años en la capital, Jartum.

41 muertos después, el tiempo dirá si el tecnócrata y jefe de un gabinete con la mayoría de ministros encarcelados o dimisionarios, ha actuado presionado por los militares o movido por la humana idea del menor de los males. Probablemente lo haga por una mezcla de ambos factores.

Lo único claro es que los protagonistas de la revuelta de 2019 han llamado a seguir la lucha hasta que el Ejército sudanés deje de apadrinar y controlar el proceso de cambio político. Y que no entienden la debilidad y la falta de coherencia de la presión internacional.

Sudán se hunde en la inestabilidad. Y si nada lo remedia, solo es cuestión de tiempo que los sudaneses toquen nuestra puerta en la frontera de la UE. Entonces se verterán las lágrimas de cocodrilo habituales y proliferarán los mea culpas sobre el pecado de origen de Occidente en África. Cuando, sin retrotaernos a los tiempos coloniales, el pecado es mucho más reciente y tiene que ver con la práctica contemporizadora de Occidente con los dictadorzuelos y los militares africanos. Sudaneses.

 

 

 

 

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